domingo, 5 de enero de 2014

Gay-Man

Después de acomodarnos en el hotel, salimos en manada hacia Gay-man. Y pareciera que vamos camino a la perfección. Supongo que habrá chongos estridentes bajo el sol estepario. La guía recuerda los diarios de viaje de Pigafetta. Ahí, si mal no recuerdo, los patagones eran casi seres fantásticos. Supongo que acá habrá frondosos patagones  que nos harán dioses del deseo: los gaymanes. Maricel señala que el nombre de los Patagones proviene de un chascarrillo del diarista de Magallanes: durante el viaje alrededor de la tierra, los marineros, parece, pasaban las noches y los días leyendo una historia popular sobre el gigante Patagós. Por eso, cuando llegaron a las costas y se toparon con los hombres altísimos y enormes de la estepa, les pusieron patagones. La literatura es siempre una forma de aberración: deforma y atropella las ópticas a través de un uso perverso de todo aquello con lo cual se topa. 
Cuando llegamos, Gay-man se convirtió en un vergel en medio del desierto. Idílico. Buscamos a los chongos con sus nalgas y espaldas esplendorosas; pero no hay ni señales de ellos. Ni siquiera gente en las calles. ¿Cómo se ocultarán los patagones siendo gigantes y bellos? ¿Estarán raptados y esclavizados para ejercer las artes de sodoma en las casas de los aldeanos y aldeanas? Cruzamos el río Chubut, caminamos por la plaza, por el centro, por granjas de alfalfas, zapallos, sandías, duraznos. Y ni señales. 
En un momento, entramos en una casa donde sirven el té según la costumbre del pueblo galés que colonizó la zona. Parece que ahí estuvo Lady Di y, si esto es así, los Gay-man tienen que estar cerca, inmantados por las princesitas y coronas como son. Pero en el salón, tampoco están. Había unas mesitas servidas bien al modo inglés con unas teteritas tejidas con lanas rosas y flores. En nuestra mesa, se sientan la Bull-dog, Naricitas, la Bufón y dos Carmelitas canosas. Desde el inicio del viaje, la Bufón se ha convertido en el centro de atención de lxs piratas.  Recorre y charla en los pasillos con todxs.  Cuenta cosas inentendibles y, muchas veces, frena el ascenso de la compañía a la carreta, razón por la cual, ya hay varixs furiosxs. A nosotros nos hace reír. 
Aparecen unas mozas que nos sirven el té. No somos la realeza, pero nos quieren hacer creer eso. Todavía ni señales de los Gay-man. La Bufón, en un momento, empieza a agarrar las sobras de la merienda (tortas, sandwiches, tartas) y las envuelve en unas servilletitas de papel. Dice que me las ponga en la mochila, que el guía dijo que nos podemos llevar lo que queramos. Naricitas se pone colorada, larga unos peros, unos detrás de otros, y se tienta de una manera salvaje ante los nervios que la situación le genera. No puede tolerar que su mesa pase por un apuro semejante ante el salón de la realeza británica. Tiene vergüenza. Le dice que a los restos los envuelven las mozas, que ella no tiene que hacer eso, mientras la Bufón deposita los envoltorios todos amontonados en un costado de la mesa. Todxs comienzan a reírse sin freno. Y nosotrxs no podemos contenernos. La Bufón se da cuenta del error y de que Naricitas aprovechó la oportunidad para ridiculizarla, diciendo cosas horribles por lo bajo a todxs. La Bufón trata de disimular con palabras de disculpa. Le digo que no se preocupe, que no pasa nada, que se quede tranquila. Las demás no dejan, no frenan la risa y ella queda estigmatizada ante el grupo como una reverenda vieja loca. Se aparta de la mesa y se sienta en medio del salón. Sola. Se ha marginado porque las risas la marginaron. Pido permiso y me retiro de la escena. Esto es, sospecho, apenas el inicio de las consecuencias de transitar con toda la civilización a cuestas en el medio del desierto. Si por lo menos, nos cruzáramos con los Gay-man, quizá estas rencillas sociales pasarían desapercibidas. O hasta quizá, ellos, absolutos imanes del deseo, las transformarían en puro amor. 

No hay comentarios: