jueves, 11 de julio de 2013

Diarios de la web IV

9.00 am
El pendejo me escribió tres veces, en noches diferentes, para que nos encontremos. No podía. No iba a salir con este frío y dejar a mi pareja abandonada a su suerte triste y solitaria entre las paredes de casa. Que espere. Si estuvimos cinco o seis o diez años -ya no lo recuerdo- sin coger, un poco más no le va a hacer mal. Eso decía. Hasta que fui al shopping y, con mi adicción típica, no pude evitar entrar al cyber y meterme al Face. Y el pendejo, increíblemente, apareció. ¿Dónde estás ahora? Eso me preguntaba. En El Portal, le respondí. Y se puso como loco. No sé por qué, pero bastó eso para que comenzara a desenfrenarse en la escritura como si estuviera desesperado. Esa es la sensación que siempre me dio. La de alguien que se desespera ante la inminencia de un deseo incontrolable, que aparece, de golpe y lo saca de su quicio cotidiano. Como si el cuerpo y lo que le pasa en el cuerpo lo excediera con su fuerza vital y le arruinara cualquier sospecha o plan previo. Ahora me decía cosas como, estamos cerca, veámonos, dale, un toque. Acepté. ¿Dónde nos vemos? Mirá que no tengo lugar. No importa, agregaba, voy caminando y nos vamos hasta el club que está abandonado y cogemos como chanchos. Yo, un chancho. Claro. Y sí. Esperame en Artigas y Mercante, agregó. Claro que ahí me atacó a mí el deseo y la desesperación y se nubló la vista y la respiración se convirtió en incontrolable y la erección desbordaba hasta la vergüenza del pantalón, y le pedí al cajero que me cobre rápido, en una frase entrecortada que ya no recuerdo y salí y bajé las escaleras, y no le di ni tiempo al pendejo de despedirse. Estuve media hora parado en esa mierda de esquina. No apareció. Abrí el celular. Entré otra vez al Face enlentecido de ese aparato viejo y leí un nuevo mensaje: Estás? Evidentemente, mi deseo no dejó entrever un cambio de planes, o me estaba tomando el pelo. 

12.00 pm
Del Portal me fui a una de las sucursales de La Gallega. Caliente como estaba, quise intentar el encuentro con Bruno. Porque gracias al acceso a su muro de Face, supe que trabajaba en La Gallega, en la sucursal número 16. Entré a todas las páginas de La Gallega para ver si lograba entender cuál era esa sucursal; pero no, no hubo forma. Tuve, entonces, que reparar en algunos detalles en las fotos donde aparecía en el supermercado con su chaquetita. Y no, imposible. Esos espacios son tan tremendamente iguales todos, que es  absurdo querer encontrar una referencia concreta. Encima, la mayoría de las fotos estaba tomada de cerca. En una estaba en cueros y me daban ganas felinas de lamerlo completo. Pero más allá de esas ganas, no había nada que indicara dónde carajo quedaba la sucursal 16. Entonces, decidí que empezaría a recorrerlas todas, hasta encontrarlo y mirarlo con ganas y hacerle entender que yo sabía quién era él y después, decirle:
- PASIVODULCEYSENSUAL, vamos al baño o cuento todo a tus compañeritos y compañeritas y te escracho acá adelante de todos y de todas. 
Aunque pensándolo bien, a lo mejor era eso lo que quería y como táctica tenía que hacer algo diferente. Llegar y balbucearle: 
-Vamos al baño, PASIVODULCEYSENSUAL, que te saco fotos y las cuelgo en Poringa.
Eso creo que sería lo más efectivo en este caso. No hay ironía en esto, siempre creen que soy irónico, y no, es la verdad, es aquello en lo que creo -la verdad- y que a ustedes les resulta inaprensible, imposible de entender como algo que efectivamente es, pero es así. No hay ironía. Nunca. Bruno quería que yo hiciera eso. 
Cuado entré en La Gallega la recorrí en todos los rincones. Miraba a los pendejos de los repositores acomodar mercadería en las góndolas y me calentaba más y más. A veces, en ráfagas furiosas, creía que Bruno aparecía epifánicamente entre las góndolas. Pero no. No era él. Eran otros en el mismo traje que él, en alguna otra sucursal, estaría usando al mismo tiempo que estos. Bruno no es empleado de La Gallega de zona norte. Me quedan 32 sucursales. Y 32 días. En un mes, estoy seguro, voy a dar con él. Y vuelvo, desahuciado, pero con una calentura infernal, a casa. Triste, solitario, en llamas y con dos coitos virtuales interruptus. Patético.

14:00 pm
Cuando llego, Leonel escribe un mensaje en Face que dice que va a poner libros en su habitación y que va a invitar a la gente a leerlos en su cama. No aguanto la tentación y le respondo con mi banal doble sentido para nada erudito y que me iguala al resto de los mortales: -Claro, invitalos a la cama y te van a creer que es para leer libros. Ahora, él agrega algo que desata más todavía las fantasías irrefrenables que surgen desde hace semanas. Dice: - Parecés despechado. Estás invitado cuando quieras. 
Peor. Otro pendejo que es capaz de prender fuego a cualquiera. Claro que todo sigue hasta que, desde su punto de vista, al haber pasado por el lenguaje la propuesta de concreción, dice él, con Sarduy en el medio, ya fue concretado todo. Me río. Entiendo, ahora, las limitaciones de Deleuze cuando dice que la virtualidad es la realidad. Que Deleuze me venga a saciar la pija y el ano, a ver si pasó algo por más que lo hayamos puesto por escrito. El cuerpo siempre es el límite del lenguaje y, paradójicamente, la bestia que lo sacude y lo saca fuera de sí (o de cualquiera de sus teorías). 
Por lo tanto, retomando, tres coitos virtuales interruptus en el día. Demasiado. Tengo dolor de cabeza. 

pd: Leonel, me hice una paja en tu nombre. Y hasta imaginé que tenías concha. Eras hermafrodita. 

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