jueves, 18 de julio de 2013

Los dopados


                                                                                                                 A Mirta


Así se llamaba la primera versión del hoy conocido tango Los mareados. Fue escrito entre 1915 y 1923, cuando el ajenjo quería ser prohibido, aunque no existiera una sanción ni para el opio ni para la cocaína. El devenir de esta historia, que nace en una melodía sin letra, en una simple y genial palpitación de la bestia de Juan Carlos Cobián, fue moralizando los términos, hasta transformar la ambigua referencia a las drogas bebidas en el glam del champagne.

Sin embargo, algo de la ambigua escucha narcótica queda en la melodía y en la letra. Si el tema a pesar de los innumerables filtros de la censura que tuvo que soportar (por ejemplo, llamarse "En mi pasado" en lugar de "Los mareados" en la década del '40, después de la versión prostibular y machista de 1922 de Raúl Doblas, Alberto T. Weisbach y Cadícamo), parece componerse en un ritmo que reproduce los exabruptos del alcohol, no es menos cierto que las estancias interrumpidas por algunas suspensiones casi psicodélicas de los vientos dan lugar a una percepción narcotizada, flotante, como si ahí, en el trasfondo del ethos alcohólico, emergiera la escucha de otra droga desconocida, que se sobreimprime al tema en general. 
Esa ambigüedad de la droga reaparece en las diversas -infinitas versiones- del tema; pero es en las mejores donde logra coagular con más intensidad el agon que se disputa la melodía y la voz. Pienso  en la versión de Troilo, que es la que impuso no solo el título sino la letra más o menos conocida (nunca definitiva), donde los chispazos estridentes de las burbujas del alcohol se suspenden en prolongaciones casi hasta el silencio instrumental. O, también, en esa atmósfera onírica y alucinada que tanto la voz como el acompañamiento instrumental generan en la interpretación de Baglieto y Vitale, imponiéndose a una melancolía alcohólica, que pasa casi imperceptible en su presencia silenciosa, hundida. O en la voz  tambaleante y ciclotímica -borracha- de Mercedes Sosa, filtrada con una música levitante que se enerva sobre el final en  el pulso fibrilante del bandoneón.  


Claro que la ambigüedad narcótica reaparece, además, en la letra. La primera versión, patética y miserabilista hasta el machismo, no explicita qué bebida es la que hace reír para no llorar a la muchachita a quien se invita a beber para soportar de la mejor manera el trabajo sexual. Una marcación que no solo remite al clisé heteropatriarcal del displacer de la mujer, sino que pone a la misma en un rol objetual pleno, en una posición sin poder ni alternativa. La droga –sin especificación- aparece, en esa letra, como aquella que puede hacer sobrellevar el rol que debe asumir, sin alternativas, la muchachita embrutecida: 

"Bebe ese olvido que te ofrecen,
que acallará tu almita herida

y, así podrás, embrutecida,

amar, beber, reír...

Busca del vicio el triste ensueño,

torna la mueca en carcajada,

que aquí no debes de llorar,

aquí debes reír, siempre reír."



En cambio, en la versión que conocemos, menos machista, pero no por eso feminista, la ambigüedad sobre el tipo de droga queda descartada, se trata de champagne, pero tiene un poder tan potente que es un ethos no genérico, sino que afecta a los dos amantes. De todos modos, en el inicio de esa letra, es imposible desprenderse no solo de la reminiscencia a una escena de cabaret, sino, además, a una percepción narcótica inespecífica más allá del alcohol: 

"Rara
como encendida
te hallé bebiendo
linda y fatal
bebías
y en el fragor del champagne
loca reías por no llorar.

Pena me dio encontrarte
pues al mirarte yo vi brillar
tus ojos en un eléctrico ardor"

La mujer aparece nuevamente con su fatalidad en la letra, pero en un ambiente de hombres, haciendo algo de hombres para los años '40: bebiendo. Y si bien el champagne coopta la escena, la frase "en un eléctrico ardor", nos dispara hacia una imaginación onírico-psicodélica mucho más próxima a las drogas pesadas que al alcohol. La trama de profunda melancolía (hoy vas a entrar en mi pasado, dice la letra), sumada a la tensión entre las percepciones de dos drogas que se disputan la escena, lleva el amor a una experiencia límite, que no es solo la del final, sino, precisamente, la de la transformación del presente en pasado, en una fantasmagoría amatoria que aniquila con su potencia el mundo divino, nocturno y electrificado en el que se mueven esos cuerpos. Y, así, el amor se vuelve una droga en esa escena, al punto de que se convierte en un fantasma encantador que se aniquila con su enlutamiento. He ahí, en esas tensiones más allá de la moral y de lo bienpensante de sus tonos y de su letra, donde persiste, a pesar de los filtros de la censura, el profundo encanto y adicción que produce y producirá ese tango, manifiesto no solo en la proliferación de versiones, sino en su escucha cada vez más alucinante. 



jueves, 11 de julio de 2013

Diarios de la web IV

9.00 am
El pendejo me escribió tres veces, en noches diferentes, para que nos encontremos. No podía. No iba a salir con este frío y dejar a mi pareja abandonada a su suerte triste y solitaria entre las paredes de casa. Que espere. Si estuvimos cinco o seis o diez años -ya no lo recuerdo- sin coger, un poco más no le va a hacer mal. Eso decía. Hasta que fui al shopping y, con mi adicción típica, no pude evitar entrar al cyber y meterme al Face. Y el pendejo, increíblemente, apareció. ¿Dónde estás ahora? Eso me preguntaba. En El Portal, le respondí. Y se puso como loco. No sé por qué, pero bastó eso para que comenzara a desenfrenarse en la escritura como si estuviera desesperado. Esa es la sensación que siempre me dio. La de alguien que se desespera ante la inminencia de un deseo incontrolable, que aparece, de golpe y lo saca de su quicio cotidiano. Como si el cuerpo y lo que le pasa en el cuerpo lo excediera con su fuerza vital y le arruinara cualquier sospecha o plan previo. Ahora me decía cosas como, estamos cerca, veámonos, dale, un toque. Acepté. ¿Dónde nos vemos? Mirá que no tengo lugar. No importa, agregaba, voy caminando y nos vamos hasta el club que está abandonado y cogemos como chanchos. Yo, un chancho. Claro. Y sí. Esperame en Artigas y Mercante, agregó. Claro que ahí me atacó a mí el deseo y la desesperación y se nubló la vista y la respiración se convirtió en incontrolable y la erección desbordaba hasta la vergüenza del pantalón, y le pedí al cajero que me cobre rápido, en una frase entrecortada que ya no recuerdo y salí y bajé las escaleras, y no le di ni tiempo al pendejo de despedirse. Estuve media hora parado en esa mierda de esquina. No apareció. Abrí el celular. Entré otra vez al Face enlentecido de ese aparato viejo y leí un nuevo mensaje: Estás? Evidentemente, mi deseo no dejó entrever un cambio de planes, o me estaba tomando el pelo. 

12.00 pm
Del Portal me fui a una de las sucursales de La Gallega. Caliente como estaba, quise intentar el encuentro con Bruno. Porque gracias al acceso a su muro de Face, supe que trabajaba en La Gallega, en la sucursal número 16. Entré a todas las páginas de La Gallega para ver si lograba entender cuál era esa sucursal; pero no, no hubo forma. Tuve, entonces, que reparar en algunos detalles en las fotos donde aparecía en el supermercado con su chaquetita. Y no, imposible. Esos espacios son tan tremendamente iguales todos, que es  absurdo querer encontrar una referencia concreta. Encima, la mayoría de las fotos estaba tomada de cerca. En una estaba en cueros y me daban ganas felinas de lamerlo completo. Pero más allá de esas ganas, no había nada que indicara dónde carajo quedaba la sucursal 16. Entonces, decidí que empezaría a recorrerlas todas, hasta encontrarlo y mirarlo con ganas y hacerle entender que yo sabía quién era él y después, decirle:
- PASIVODULCEYSENSUAL, vamos al baño o cuento todo a tus compañeritos y compañeritas y te escracho acá adelante de todos y de todas. 
Aunque pensándolo bien, a lo mejor era eso lo que quería y como táctica tenía que hacer algo diferente. Llegar y balbucearle: 
-Vamos al baño, PASIVODULCEYSENSUAL, que te saco fotos y las cuelgo en Poringa.
Eso creo que sería lo más efectivo en este caso. No hay ironía en esto, siempre creen que soy irónico, y no, es la verdad, es aquello en lo que creo -la verdad- y que a ustedes les resulta inaprensible, imposible de entender como algo que efectivamente es, pero es así. No hay ironía. Nunca. Bruno quería que yo hiciera eso. 
Cuado entré en La Gallega la recorrí en todos los rincones. Miraba a los pendejos de los repositores acomodar mercadería en las góndolas y me calentaba más y más. A veces, en ráfagas furiosas, creía que Bruno aparecía epifánicamente entre las góndolas. Pero no. No era él. Eran otros en el mismo traje que él, en alguna otra sucursal, estaría usando al mismo tiempo que estos. Bruno no es empleado de La Gallega de zona norte. Me quedan 32 sucursales. Y 32 días. En un mes, estoy seguro, voy a dar con él. Y vuelvo, desahuciado, pero con una calentura infernal, a casa. Triste, solitario, en llamas y con dos coitos virtuales interruptus. Patético.

14:00 pm
Cuando llego, Leonel escribe un mensaje en Face que dice que va a poner libros en su habitación y que va a invitar a la gente a leerlos en su cama. No aguanto la tentación y le respondo con mi banal doble sentido para nada erudito y que me iguala al resto de los mortales: -Claro, invitalos a la cama y te van a creer que es para leer libros. Ahora, él agrega algo que desata más todavía las fantasías irrefrenables que surgen desde hace semanas. Dice: - Parecés despechado. Estás invitado cuando quieras. 
Peor. Otro pendejo que es capaz de prender fuego a cualquiera. Claro que todo sigue hasta que, desde su punto de vista, al haber pasado por el lenguaje la propuesta de concreción, dice él, con Sarduy en el medio, ya fue concretado todo. Me río. Entiendo, ahora, las limitaciones de Deleuze cuando dice que la virtualidad es la realidad. Que Deleuze me venga a saciar la pija y el ano, a ver si pasó algo por más que lo hayamos puesto por escrito. El cuerpo siempre es el límite del lenguaje y, paradójicamente, la bestia que lo sacude y lo saca fuera de sí (o de cualquiera de sus teorías). 
Por lo tanto, retomando, tres coitos virtuales interruptus en el día. Demasiado. Tengo dolor de cabeza. 

pd: Leonel, me hice una paja en tu nombre. Y hasta imaginé que tenías concha. Eras hermafrodita. 

lunes, 8 de julio de 2013

Diarios de la web III.

10 am

Desde la última vez, lo único que pienso es en cogerme a PASIVODULCEYSENSUAL, con la bombachita de su madre puesta. Sentir el olor de afrecho y flujo mezclados, ahí, en la nariz y en el gusto de la lengua. Sin embargo, cada vez que chateamos, me condena al mismo juego estúpido de siempre, para dejarme en la nada. Ahora, entro a ver sus fotos de Poringa otra vez. Y leo los comentarios. Uno dice: -¿Les gustaron mis fotis? ¿Es él, así, con su nombre y apellido expuesto ante todos? Porque el post pertenece a otro, al que posteó las fotos, y que supuestamente, tal y como lo deja ver la página, no es el mismo que comenta. Por lo tanto, el posesivo de la frase no remite a la pertenencia de las fotos, sino al que posa en ellas. Copio en el muro de facebook el nombre y el apellido del comentador y restrinjo la búsqueda a Rosario. Aparece su foto en el muro de facebook. PASIVODULCEYSENSUAL ahora se llama Bruno. Es él. Sin dudas. Ahí está toda su vida posteada: su novia, su trabajo, su madre, su edad, su cara de moro blanco. 

11 am

Cuando conocí al amante de mi pareja,  yo no sabía que eran amantes. Lo deduje a través de un arduo trabajo de hilvanado de pistas y de atado de cabos. Hasta que encontré un mensajito en el celular que lo confirmaba todo. Era una seguidilla de conversaciones en las cuales hablaban de mí. Se reían entre ellos y decían algunas anécdotas eróticas donde no faltaban las palabras "perfume", "piel" y "brazos". Cursilerías románticas. Esas típicas de los brotes de amor pasión. En ese momento, esquivé el melodrama. Me concentré, por el contrario, en enamorar al amante de mi pareja, que hasta ese entonces, se había hecho muy amigo de nosotros. Al mes, estaba muerto conmigo. No fue necesario demasiado tampoco. Un par de borracheras, de frases y las insinuaciones perversas y ambiguas que siempre me gusta usar como táctica de seducción y ya está, cayó solito y, lo peor para él, es que me creyó todo. 
Mi estrategia se amparaba, además, en saber que mi pareja me amaba. Él nunca dejó de hacerlo y, seguramente, estaba enamorado del otro también. Las piezas del tablero para mover eran simples. Me acordaba del tratado de Stendhal sobre el amor y la cura que allí propone: la desilución. Y le creí a la literatura y traté de poner eso en práctica. Además, sabía que mi pareja nos amaba a los dos, porque siempre, pero siempre, jugaba con vernos dormir  juntos. Una vez, nos fuimos en carpa a Carcarañá. Esa noche, él quiso ponerse en el medio, pero, a fuerza de luchita, lo desplacé. El amante intentó tocarme, después de un par de cervezas previas, por debajo de la manta, durante toda la noche. Yo estaba caliente, casi que cedo a cogérmelos a los dos juntos. Y lo hubiera hecho, pero mis fines eran otros.  Antes, los oí hablar fuera de la carpa. Se cuchicheaban cosas. También hablaban de mí. Me idealizaban, equívocamente, los dos, como si yo fuera simplemente un tontito engañado. Era el momento de actuar, supe. Por eso, me acosté en el medio.
 A mitad de la noche, mi pareja se dio cuenta de la calentura conmigo de parte de su amante y, celoso, empezó a gritar:- ¿Qué pasa que no pueden dormir, eh? El otro se hizo el pavo, se acostó en un rincón y yo abracé a mi pareja fuerte fuerte fuerte, como si estuviera siendo ultrajado y marcara la diferencia. A las pocas semanas, les envié los mensajes que tenía de ellos, pero desde mi celular y a ambos. Al minuto, los tenía a los dos tratando de darme explicaciones. Al amante de mi pareja le dije que con él no tenía nada que hablar, que esto era algo de pareja y él estaba afuera. Lloraba. Yo  sentía pena por él, con el tiempo había aprendido a quererlo, pero no lo quería cerca. Y que se entienda que no es una cuestión de celos porque era su amante. La cosa es que se habían pasado los límites. Sabía que si dejaba avanzar esa situación, el otro iba a terminar por hacerme compartir algo que no estaba dispuesto a compartir, si no, ¿por qué mi pareja había decidido hacernos conocer?  Yo no estaba dispuesto a compartir mi amor de pareja  con otro. Y las batallas se dan hasta las últimas consecuencias. 
Parece tonto, pero ahí estaba el límite: si tenés un amante de nuevo, no quiero conocerlo, ni quiero saber que existe. Le dije, en pleno llanto de su parte. No llorés, no me interesan los melodramas por algo  que no tiene que vivirse como una traición o como algo horrible o negativo. Entiendo absolutamente que desees a otros, no es algo que me importe, a decir verdad, somos seres de deseo y el deseo es positivo en sí mismo; ahora, no quiero enterarme y no quiero que lo metas en mi vida.  Tu deseo es tu deseo, hasta que querés compartirlo. Tus amantes son tus amantes, hasta que los metés en medio de tu cama. Pero tu pareja y, por lo tanto, aquel a quien amás por sobre todos los demás, soy yo. Si eso cambia, lo nuestro no tiene sentido. Esto fue un aprendizaje, pero espero que ahora entiendas hasta dónde estoy dispuesto a ceder ante tu deseo y por amor. Y la marcación de cancha quedó clarísima entre los dos desde entonces. Esa semana cogimos sin parar y desenfrenadamente como cuatro veces por día en la casita que tenemos en Pueblo Esther, donde hicimos una especie de retiro sexual. Sentimos y supimos que nos amábamos el uno al otro por sobre cualquiera en el universo. 

12: 44 pm

Al pendejo lo conocí hace más de doce años. Yo creo que tenía 20 o 21 y él no creo que llegase a 15. Ya no lo recuerdo. Estaba chateando en el viejo vía rosario esa noche, y concretamos un encuentro. Cuando lo vi, supe que iba a ser mi perdición. Teníamos piel. El mismo ritmo de cogida, los mismos tics, el deseo explosivo que nos brotaba en arrebatos caóticos. Sabía, por su mirada, mientras se la chupaba, que él estaba peor que yo, desbordado de deseo, pero también que sentía una especie de miedo y culpa ante tanto tanto tanto. Su querida heterosexualidad -él me aclaró siempre que no era puto- estaba poniéndose en juego todo el tiempo, y sabía cuáles eran las reacciones típicas: la imposición de distancias. Traté, por eso, de no presionarlo demasiado y así nos encontramos a raíz de tres o cuatro años, en intervalos de tiempo que él imponía, seguramente, hasta tener las cosas claras y elaborar una puertita de escape tranquilizadora a lo que le pasaba. 
Ahora nos encontramos después de mucho tiempo en que nos habíamos perdido el rastro. Me dice que no puede estar más sin verme, que es lo único que necesita en este momento, cogerme, que le mande fotos de mi cola, aunque sea, por el messenger o por facebook, así puede, por lo menos, controlarse hasta que podamos coordinar. Yo le digo: -Mirá que estoy en pareja, no tengo tiempo, no tengo ganas de quilombo tampoco. Me pregunta:- ¿Pero vos te acordás de mí? Le respondo que es imposible olvidarlo y que no entiendo qué tiene que ver eso con lo que le estoy diciendo. No contesta nada. Y vuelve al ataque: -Dale, escapate (sic) ahora un rato, por favor, inventá cualquier excusa, que te vas a la estación a buscar cigarrillos, que tenés que ir a la farmacia, lo que sea, nos vemos por ahí en mi moto, aunque sea diez minutos, nos cogemos por ahí, en la costa, en un parque, donde sea, y listo. El plural en que fue conjugado el verbo despertó todos mis morbos, ¿y si el pendejo finalmente siguió experimentando y ahora también quiere que efectivamente me lo coja en el sentido más banal y reduccionista que suele tener esto en el imaginario colectivo?
Vuelvo a mirar su muro en facebook. Y entonces veo algo que agrega un plus simbólico a todo: se casó con una chica que tiene mi mismo apellido. Trato de mirar si ella no es pariente, siquiera lejana, pero parece que no. Creo que no es de Rosario, porque algunas fotos donde ella está no parecen de acá. Me cae bien. Sé que se quieren, que se aman, que son felices. Pero ese apellido y su coincidencia me vuelven loco. ¿Cómo es posible que él, aún cuando yo le había mentido sobre mi nombre y aún cuando no sabía mi apellido, terminase involucrado en esta doble vida entre dos apellidos idénticos? ¿Qué pensará él de esta red de apellidos, ahora que sabe mi verdadero nombre por el muro de Face? Igual, yo quedé peor ante la coincidencia: por delirio místico o como quieran llamarlo, empecé a creer que estábamos unidos y, por primera vez en mucho tiempo, tuve un brote de ternura enorme, gigante. Creo que me enamoré, y le pregunté: -¿dónde nos vemos?



viernes, 5 de julio de 2013

Diarios de la web. Virtuales II

03.45 am

PASIVODULCEYSENSUAL aparece en el viarosario nuevamente. Me hago pasar por otro. Cambio mi pseudónimo. Soy TELAPONGO. Y le miento. Digo que vivo en el centro, a cuadras de la Facultad de medicina, donde él  había confesado  que residía una vez. Me cuenta que él está cerca. Ya lo sé. Tu sinceridad en este espacio virtual, nene, será tu condena. Imagino y sonrío con un gozo intenso en la punta de la lengua. Declaro que tengo 40 años. A él le gustan los tipos mayores, entrados en la mitad de la vida. Eso también me lo confesó la última vez que chateamos. Y acto seguido, me vuelve  a invitar, compulsivamente, a que lo mire por la camarita. Entro. Es lo único que quería después de todo: esa posibilidad de acceso a su mundo de ropa revolcada sobre la cama y de sombría humedad en las paredes. Y ese culo, en un portaligas blanco esplendente. Pero ahora solo veo su cara de moro blanco. Un piercing, antes imperceptible, entre la nariz y el labio. Brilloso. Supongo que de plata. Y los hombros temblorosos, ante el tecleo o, quién sabe, la paja a escondidas mientras comienzo con mi jueguito. ¡Qué linda cama esa de ahí atrás, nenito! Digo y sé hacia dónde lo estoy conduciendo. Gracias -acota- y pregunta: -¿Querés que te muestre para qué está esa cama ahí? Claro. La obviedad subliminal, nene, si no la leés, es porque sos down. Pienso sin filtro. Pero le respondo otra cosa, más subliminal aún: -Sorprendéme. Y entonces se pone de pie y me muestra su tanguita blanca, mientras se pajea sin respiro. Se da vuelta y, nuevamente, son en el mundo sus nalgas redondas y gigantes recostadas en la cama. Escribe algo. Dice: -Esta bombachita es de mi mamá, ¿te gusta? Siempre se la uso cuando ella no está. La verdad, es que esto baja un poco la tensión sexual de la cosa, pero me calienta igual. Sigo caliente igual. Y dejo este detalle en un segundo plano. Lo olvido compulsiva e intencionalmente, mientras él, vuelve, también, a su perversión: -¿No me estarás grabando, no? Silencio prolongado. Se sienta frente a la pantalla. Otra vez pregunta lo mismo. ¿Me grabaste? Sí, le digo. No, no puede ser, se exaspera, ¿qué vas a hacer con eso? No sé, quizá lo guarde para pajearme en momentos de soledad, o tal vez para verlo con alguien y calentarlo o, tal vez, para obligarte a que nos encontremos. Ah, vos sos el de la Florida del otro día, me dice. No sé cómo pero la escritura o el deseo que en ella aparece, tarde o temprano, a pesar de todos los camuflajes posibles, siempre termina poniéndome en evidencia. Pienso y puteo. No, le respondo. No sé de qué me hablás. Y me hago el ofendido. Se ve que tenés varios pretendientes dando vueltas, ¿no? Perdoná, responde. Es que el otro día me pasó algo muy feo y estoy perseguido. Sé que eso muy feo, para él, es lindo. Lo sé como una verdad absoluta y fascinante. Y, por otro lado, me río, porque ¿qué le tengo que perdonar? Nada, nene, no te comas la novelita mexicana acá. Y ahora me cuenta que alguien le sacó fotos y las subió a Poringa, y que lo estuvo extorsionando por días enteros. Creo que me miente. Porque el de la Florida; o sea, yo, no le saqué ninguna foto, ni se las subí a ningún espacio virtual. Salvo que el de las fotos sea otro a quien él está haciendo pasar por el que fui el otro día acá en el viarosario y que, por suerte, ya no soy. O que el de la Florida sea otro de la Florida con el que sí concretó. Pero no quiero salirme del foco de lo que viene ahora. Me dice que esa persona lo humilló -repite la misma palabra que en nuestro primer chat- frente a todos sus amigos, y que él se sintió muy mal. ¿Querés ver lo que hizo? Me pregunta. Y entonces, siento que el artificio de su juego va ganando una dimensión macabra. Si ese alguien lo humilló, a él, ese hermoso PASIVOSDULCEYSENSUAL de la cam, ¿cómo es que quiere mostrarme eso que supuestamente tanto daño le produce? Porque, evidentemente, la humillación alimenta su deseo. Que alguien lo ponga en falta es lo que pretende, lo que busca. Y me pasa un link. La verdad, es que no puedo creer lo que veo. No diré más que eso. Les paso el link para que entiendan el vacío de palabras que esto implica: HACER CLICK ACÁ.  No tengan miedo. Lo que busca es que lo miren. 

04.35 am

No puedo más. Quiero verte. Uffa. Me dice el pendejo. Y yo caigo, sinceramente, en el juego de esa onomatopeya tierna e infantil. Le respondo. Y rompo con todos los límites encarcelados del deseo.