sábado, 26 de noviembre de 2011

La Tía Tere


Cuando la mirábamos creíamos en sus superpoderes
nosotros siempre supimos
que ella por las noches era La mujer maravilla
no tenía lazos ni aviones invisibles
pero toda vez
cada vez que venía desde Córdoba
ella traía una magia de delirios
y nosotros caíamos bajo su hipnosis
o también
cuando nos hacía recorrer los caminitos de las sierras
en su auto transparente
nos hundíamos en arroyos imaginarios
en medio de la risa que no paraba porque ella
ya se había transformado
oh, en la mujer maravilla sudamericana
con sonrisas estridentes y ojos de felicidad triste
con sus manos su cariño y su amor a pesar de las desgracias
oh, en mujer eternamente de vientres abandonados
y necesidades perennes
oh, en mujer que no cruza lagos con guijarros en la cabeza
pero sí
se la pasa de guardias en guardias hospitalarias policiales por sus críos
oh, Tere maravilla
tenés que saber que muchas veces
fuiste una de las alegrías de la infancia
y quizá hasta nuestra heroína favorita.



viernes, 25 de noviembre de 2011

BENEFICENCIA

La má quedó asombrada frente al plasma
nuestros ojos brillosos por el universo chato inalcanzable de infinito
y que titilaba estrellitas a su alrededor
porque de acá no nos movemos
si hay que quedarse en garantía yo me quedo
prendo el aire y miramos tele en HQ toda la noche
para eso existe la beneficencia
no para lo del contador
que dijo la cirugía cuesta trece mil pesos
pero ustedes solo el descartable
sin embargo
¡siempre el sin embargo delator!
ustedes van a tener que firmar
firmar
una declaración de pobreza
faltaba nomás
faltaba
la pregunta molesta
porque como si uno no tuviera suficiente ya
¿no les importa, no, firmar que nosotros les hacemos una atención?
¿no los avergüenza, eh?
NO
dijimos secos al unísono
para eso vinimos
para exprimirlos como naranjas con nuestras carencias de clase
y le aclaro
yo me quedo firmo hago lo que quiera
pero lo que quiera
como un arrastrado arrastradito
y el contador con su sonrisa de buenito y sus ojitos brillosos
ante el bien cumplido
y nosotros con el pá en pleno quirófano
hipnotizados con La Mole Moli
en la Mañana de Córdoba
y fresquitos
¡tanto!
que tuvimos que apagar el aire.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Niños

A veces, conviven tantos niños adentro. Quieren salir y no podemos contenerlos. Aparecen en el cuero como bestias que lo dominan todo, que juegan a sus perversiones infantiles como impulsos nerviosos. Él, su Mazzinger favorito. Como una marioneta. El simulacro-medio que los contiene a todos y al que ellos manipulan (esquizofrénicamente). Hoy, por ejemplo, salieron tres Niños al hilo. Y le dije que era necesario pensar si no tenía que ir al psicólogo. Fue raro. Un día de síntomas de pariciones de esos Niños con sus garras filosas. Primero, llegó el Niño Paranoico. Era un pendejito azul y caprichoso que se calentó por dos o tres palabras que no le cuadraron. Y hasta el delirio de secar la piel con cicatrices. Tan seco se quedó que inventó un papel miserabilista para sí mismo y se puso a actuarlo: se sintió perseguido por un mundo golpeador -como un padre golpeador- que lo acosaba en sus sueños, mientras se moría con un critter en su vientre. Y ese pibito lo siguió ante el espejo, en el baño, en el chat, por todos lados, con su ira. Hasta le tiró los pelos. En un momento, le pegó una piña en el estómago que lo hizo vomitar otro niño con la bilis negra chorreando en las pestañas. No levantaba su visión de la tierra. Y le ató una cadena a la nuca que le hundió la cabeza en el pecho. Los ojos también al suelo. Lo arrastró como un ganado por la calle y por las raspaduras salió una bestia más: El Niño Suicidio. Mientras el Niño Paranoico lo pateaba, el Niño Bilis lo arrastraba hasta el shopping y el otro, ahora, se paraba a insuflarle las orejas. Cuando subieron las escaleras mecánicas lo sostuvieron en las barandas del primer piso. Un sudor frío -a chorros- empezó a mojarle la poca ropa sana que le quedaba. La gente pasaba y se reía del espectáculo. El grandulón cara de orto maltratado por los pendejitos. Y ahí, de tanto que escuchaba en sus oídos, sobrevino la sensación de una carencia enorme. Y en un momento, las ganas descontroladas de tirarse al vacío desde su propio vacío hipnotizado por la escalera mecánica y su monotonía poética. Pero no fue así. Al contrario. En un acto mágico, el valiente fue el Niño Suicidio. Los piecitos serpenteando en la baranda, los brazos abiertos como un pájaro sin plumas, la sonrisa a punto de llegar. El Niño Suicidio era el único que podía consumar un deseo que él nunca consumaría y lo vio caer, mientras la gente aplaudía. Y cuando los otros Niños lo golpeaban tanto y le tiraban tanto la cabeza hacia la tierra, imaginó que también había tocado el suelo. Tranquilidad.