viernes, 26 de noviembre de 2010
XVII. Viajes
XVI. La otra casa
XV. Los valores de Pablito
XIV. ¿Isla Negra?
XIII. Sobre la pobreza (o la fuga)
XII. Pisco Sour al Congreso de la UPLA
XI. Lo imborrable
De golpe es de noche y de nuevo en la plaza Sotomayor. Sólo que ahora, en un escenario enorme, canta Pedro Aznar. Acaba de irse el francés. Aznar comienza el concierto. Al principio parecía soporífero; monótono, y con unas letras insulsas y plagadas de rimas sin sentido ni ton ni son –al mejor estilo Belén Francese. El Niño C comenzaba a lanzar su veneno ya; pero de golpe, la cosa cambió y algo se apoderó de Aznar y del escenario. Y entonces, lo comprendí todo: tarde o temprano, al artista verdadero, lo asalta eso que unos han llamado el silencio, otros la alucinación, otros el genio, otros la magia y que yo prefiero llamar la Bestia. Y cuando ésta aparece y hace del artista su juguete, cuando lo compromete al punto de que el cuerpo parece desintegrarse o que la vida late y se escenifica en una vibración tensa, nada puede detenerla y ocurre eso que hace que, al menos por una o dos o tres canciones, o por un poema o por un verso, o por un cuento o por una novela o por un trazo en el cuadro aquél, ya no podamos olvidarlo. Hemos entrado en contacto con lo imborrable. Aznar y Valparaíso y la luna arriba ya no se irán de mi cabeza.
X. Valparaíso
IX. Bella-Vista
Chile VIII. Bestias en el museo
Pero de ese edificio, en el otro extremo, se encuentra el Museo de Bellas Artes. También con muestras modestas y con un gran desorden edilicio por refacciones. Una exposición me dejó estupefacto. Se trata de la exhibición colectiva de artistas chilenos del presente: Carlos Altamirano y Gonzalo Díaz. Hay dos cuadros que tienen algo que saca a la Bestia propia y la alimenta.
Uno, de Carlos Altamirano. Una paloma, tal vez de la paz –aunque no es blanca–, o la paloma esa que abunda tanto en Chile o esa otra azul y bandadosa que se reproduce hasta el hartazgo en las producciones poéticas y paisajísticas burguesas. Pero no puede ni quiere ser leída desde cualquiera de esas coordenadas. Y la paloma está abierta en una disección perfecta y diversos ganchos le estiran el pellejo hacia los costados para que podamos ver sus órganos. Uno de esos ganchos, saca el intestino fuera del cuerpo y lo levanta por encima del cuello. La mirada de la paloma trasmite toda la paz y la belleza que se pueda imaginar; pero su corporalidad nos recuerda que ahí no hay nada de espíritu, sino pura materia; mejor dicho, pura violencia ejercida sobre esa materia por un cirujano que ha decidido no ocultar más los órganos y la corporalidad detrás de la mirada beatífica; y vaya uno a saber con qué fines. La obra se sostiene por ese contraste y por la insinuación de que cualquier moral consiste en ocultar la corporalidad interna tras la petrificación de un cirujano ausente –pero siempre presente– de la escena. Y esa tensión es correlativa de la técnica mixta entre impresión y pintura que ha sido empleada, como si el cirujano quisiera ocultar la cualidad pictórica de su obra y eso, como la paloma, no hiciera más que mostrar un artificio hecho de puro cuerpo y de pura intención.
El otro, pertenece a Gonzalo Díaz. Se trata de una obra mixta, mitad impresión, mitad instalación y, en realidad, está compuesta de dos piezas enfrentadas. En una, el artista dibuja un paisaje convencional y mira azorado –pero como puro gesto paródico– hacia afuera. Está enmarcado en una especie de afiche, donde leemos lo siguiente: “PINTURA POR ENCARGO. Se recomienda no hacer más de una al año”. Y más arriba: “Violencia, acción, intriga y performance en la última obra del autor de Km 104. ¡Es una pintura fuera de serie!”. Por fuera, en la pared, se define la performance como aquello que se produce cuando el artista emerge como soporte de la obra. Y entonces, uno atiende a la segunda pieza de esta obra de Díaz. Se trata de una gigantografía de él mismo fotografiando el afiche donde también él mismo pinta un paisaje por encargo. La mercantilización de la obra aparece, así, coagulada en un juego de marcos: el afiche publicitario encierra el marco de la intimidad del taller y, a su vez, ambos están encerrados dentro de la reproductibilidad técnica de la fotografía que, evidentemente, reenvía a esa definición de performance dentro de un museo en el cual un artista no hace más que mostrarse a sí mismo en cada trazo de ejecución de su obra. Y de ahí, de ese juego fetichizado de espejos y de marcos, el artista se desacraliza a sí mismo, parodiando sus propias condiciones de supervivencia y su recaída en trabajos por encargo a los que hay que evitar hacer más de una vez al año. La fuerza performática surge allí donde el soporte que es el artista intenta –en vano– arruinarse a sí mismo y eso es, al fin de cuentas, la única salvaguarda que tiene frente al endiosamiento que el mercado pretende del artista como marca de consumo o como mero afiche publicitario que debe vender una perfección y un aura donde sólo hay intento de supervivencia.
Esas dos obras tienen un poder que no puede definirse simplemente y que hay que ver para comprenderlo. Porque la Bestia desafía cualquier intento de acercamiento o de traducción y obliga, siempre, al uso y a la experiencia personal como únicas formas de contacto con ella, a pesar de que nunca podamos tocarla, dada nuestra insignificancia, nuestra nada, nuestra caducidad sostenida por los ganchos fríos del tiempo.
Chile VII. Dos conclusiones
1-Los precios son carísimos: El librero de Océano nos agrega que se debe al IVA que en el mercado argentino no existe para los libros y a que carecen de sedes o casas centrales en Chile de las multinacionales donde puedan editar e imprimir los textos. Acá las multinacionales editan e imprimen fuera del país y, por eso, los libros pagan impuestos de importación, incluso los de literatura chilena.
2-Los lectores, por lo tanto, son pocos y con gran poder adquisitivo. Pensemos: un solo libro representa entre el 5 o el 10 % de un sueldo. Por eso la Feria es chica y hay tan poca gente en pleno Domingo (esto es parte del modelo que algunos sectores reivindican para Argentina).
Chile VI. De Feria
Es un galpón a orillas del Mapocho que corre marrón desde la montaña bajo puentes y calles y sobre un lecho de lajas y rocas.
Entro. Entra. Entramos. Los stands superan los cincuenta; pero no son más de cien. La primera parte está conformada por una galería de producciones editoriales regionales de Chile. Luego, siguen dos secciones de librerías y editoriales nacionales y multinacionales, más un salón E al costado, con editoras de diferentes países. Por algún motivo, el pequeño stand de Argentina está en la puerta, fuera de los demás países. Los libros exhibidos son pocos y, la mayoría, de autores desconocidos. Es como si hubieran agarrado los libros que tenían a mano y iá, ¿cachai?
El espacio está estructurado en torno a un centro en el que se ubican las Grandes editoras, generalmente multinacionales. Mezcladas con librerías y espacios periféricos emergen sellos como LOM, RIL, Cuarto Propio y Animita cartonera –esta última dentro del stand de una librería en la que apenas exhibe tres ejemplares y una ficha de Excel impresa con la totalidad de los títulos publicados; a diferencia de Alfaguara o Planeta u Océano, que se armaron una librería de shopping en plena Feria. Pero las chiquitas son las que más me atren. Sin embargo, tengo que pasar por Alfaguara, ya que necesito material para la tesis –estos escritores latinoamericanos que no reparan tres segundos en los canales en los que publican; pero es comprensible, necesitan comer y los banco. Así que el Niño C se mete. Encuentra las superestrellas de la literatura chilena del pasado y del presente: Donoso y Fuguet. No sabe si en realidad quería encontrarlos o perderlos, porque gastar en ellos con tantas cosas buenas, puede ser terrible. A Donoso, lo tolera. ¡Pero Fuguet! Salvo los primeros libros, los demás… ¡Qué embole! No entiende qué le encontró Fogwill –aunque Sobredosis es uno de los mejores libros de cuentos de los ’90, eso sí hay que reconocerlo. ¿Habrá sido su pose de desestabilizador de valores artísticos-intelectuales? Tal vez. Pero con la performance que se mandó hace quince días en Rosario, más que provocador o desestabilizador, devino uno de esos tipos que no saben cómo ni por qué han caído en la literatura. Y esto aunque lo diga él, no es un personaje. Es lo más real de ese simulacro de escritor. Su realismo virtual no es suficiente para creer que compone una imagen de periodista que cae en la literatura de casualidad. No. Realmente se nota que es así. No hay algo –salvo en Sobredosis, insisto– que lo desborde por detrás, sino pura escritura para ser consumido en un mercado de lectores urbanos.
¡Encima los precios de estos libros! Pero bueno; es trabajo, y asume que necesita el material para poder ganar unos pesos que alimenten la Bestia. Y los compra. Por suerte, metió a Diamela Eltit y a Nadia en el combo chileno, sino sería penoso, insufrible. Pero además, Fuguet sirve para eso: para mostrar una articulación dependiente del mercado.
Ahora, el librero me dice que por la tarde, Alfonso Fernández –Albert Fuguet estará firmando ejemplares, que puedo venir, si quiero. F dice que él va a traer los libros. Lo conmino a que si se le ocurre semejante atrocidad, los pague él, así lo hago desestir de inmediato de esa maravillosa idea. Nada más patético que los expendedores de firmas en cada stand. En las multinacionales, por ejemplo. Allí, sí, miren, debajo de su gigantografía, vemos al premio Alfaguara de Novela chilena 2010, posando para una foto con un niño en las rodillas, mientras le firma un ejemplar a su madre. Rasgos de nativo exótico en le rostro, con pose de sonrisa intelectual y brazos cruzados en la foto, idéntica a la que Tinelli llevaba en su programa de TV. ¿Se acuerdan de esa de Tito, el guardaespaldas del impresentable Fort, a la que agarraba a las piñas al aire, simulando que él podía con un guardaespaldas? Yo quiero ser Tinelli y agarrar a patadas todas esas gigantografías espantosas. Pero es al pedo, no puedo ni podré nunca con estos expendedores de firmas. Por suerte nunca voy a estar en sus zapatos.
Borges decía que un libro, una vez editado, dejaba de ser de su autor y pasaba a la memoria de los lectores, de sus variaciones y de sus perversidades. Estos no lo deben haber leído o, tal vez, se jactan de desafiar semejante axioma y crean provocarlo insistiendo con marcar con su firma de pertenencia aquello que ya no les pertence. Por eso, el Niño C prefiere a los periféricos, como Nadia o Clemente, cuyos libros se esconden en la pila caóticamente poética de LOM, pero que obligan al lector a enfrentarse con un verso, siquiera, para ver si se llevan y emprenden o no el gasto para participar del juego de las perversidades.
Chile V. Las imposibilidades del desayuno
Pero antes de salir, el Niño C tiene que desayunar. Sin dudas. Desde ayer que apenas come galletitas y sándwiches por nuestra economía devaluada. Es que Chile es carísimo –luego me enteraré que lo es para los mismos chilenos: ganan entre 160.000 (los más) a 300.000 pesos chilenos (los menos); un pasaje en colectivo cuesta 300 (por lo tanto, son 4200 pesos por semana o 17000 al mes, considerando dos viajes al día; lo cual es el 10% del primer sueldo y el 5% del segundo), el descenso por un ascensor y viceversa 100 pesos, un libro 10.000 pesos, tres limones 500 pesos, una cuota en la universidad pública 13.000 pesos, una empanada 900 pesos, un plato de comida en un restaurant 5000 pesos, una gaseosa de litro y medio 1000 pesos y la comida es incomprable , peor que en Argentina, mucho peor.
Pero ahora hay que aprovechar. El Hostel está caro y no le dejo el desayuno ni loco. Baja al comedor. El aire de la mañana pasa con una correntada de ligustros y, ahí, al fondo, se despliegan las mesas circulares de cerámicos con pocillos colorinches y enormes y rodajas de pan lactal envueltas en servilletas. Ahora, mira las mermeladas rojas. ¿Frutos del bosque o frutillas? No sabe. Tampoco quiere saber, porque si algo conoce es que todos los dulces rojos le producen el vómito o casi el vómito. Como si fueran sangre espesa directo al estómago. Y soy cualquier cosa, menos vampiro. Aunque la crítica –esa profesión menor de la escritura literaria– es una especie de vampirismo, como dijo Rafael alguna vez. Pero esto no tiene nada que ver con literatura. Es un desayuno. Y se sienta con recelo.
Toma un saquito de té y unta tres tostadas con manteca –cien por ciento calorías a su cuerpo adelgazado y tiroideo. Sabe que no puede; pero va a comer lo mismo. Después hay tiempo para bajar de peso. Hasta ahora, ni el olor alérgico, ni la gelatina viscosa pudieron frenar el hambre. Hasta que acontece. Por el marco de la puerta, un hombre le pregunta a la Señora de la limpieza algo. La mujer está incómoda. Eso parece porque agacha la cabeza, se rasca o tapa la nariz, se lleva una mano a la boca. Ahora escucha. Le pide por una farmacia y la mujer responde algo que no llego a oír. Pero es suficiente. El tipo atraviesa, corta, rompe el aire del comedor. ¡No lo puedo creer! Manchas de mierda le marmolan el rostro, la panza, la ropa mugrienta y el olor, insoportable, se mete con la manteca y el pan lactal a la boca por la nariz.
El estómago revuelto. Más asco. A duras penas consigo tomar el té. Veo las manchitas de manteca flotando en el líquido y me acuerdo de las otras que todavía están en la percepción, pegadas a la percepción. ¿Será que vinimos a parar a un asilo de hombres de la calle? Es posible. Lo dije desde un principio. La sangre tira (naturalistamente). F ni se dio cuenta, nunca se da cuentas de las catástrofes que suceden a nuestro alrededor. Hasta que nos levantamos y, justo cuando salíamos, en el zaguán, quedamos encerrados, ahí, con el tipo que volvía bolsita en mano desde la farmacia. Al pasar, la mujer que viene a cerrarnos la puerta de calle hizo un gesto desesperado de arcada contenida. Y F largó la carcajada y el Niño C no pudo hacer más que imitarlo, con la geta fruncida.
jueves, 18 de noviembre de 2010
Chile IV, La convención G
sábado, 13 de noviembre de 2010
Chile III
Chile II
Chile I
Sólo diré una cosa: Aerolíneas nos mareó. Así es el comienzo de este viaje. Primero, la empresa nos canceló el vuelo desde Rosario y nos dijo que no nos reintegraba nada, después contrató a Vans Travel, pero le dio una dirección equivocada, luego nos dijo que nos devolvía 58 insignificantes pesos, aunque cinco horas de viaje y sin dormir. Y hoy, recién, la gran noticia: Llegamos y no aparecíamos en el vuelo: nos habían cancelado el pago y reintegrado –a sesenta días- el dinero vía tarjeta de crédito.
Volvimos a cero; aunque no, la reserva se había conservado y tuvimos que pagar otra vez. Es el destino del Niño C. Ser usado por el sistema, estrujado, como a su padre en el campo, mientras cortaba con las manos cayadas la soja por la mitad del sueldo, desde las 5 de la mañana a las 7 de la tarde, porque su patrón le decía, desde su cuatro por cuatro, que estaba en problemas económicos; o como mi mamá, con las várices hinchadas y dolidas de limpiar pasillos de la Escuela. Es el destino de clase. He, perdón, ha comenzado a creer que, efectivamente, algo hay en la sangre o en la herencia o por la Moira prefijado, porque siempre le pasan estos imprevistos en pleno viaje. En Rio perdió las tarjetas de embarque y Lula casi lo deporta por confesar que ingresaba al país a estudiar y sin visado. Una demencia. Aunque también se llama incorporación de un hábito ajeno a su clase. Eso es en el fondo. Y mira el Boeing, en el que nunca viajó, conectarse por tubos traslúcidos a la mole de cemento que avanza bajo sus pies y arriba el cielo y sabe que va a estar allí y no importan los problemas: volará, volaré, como dice una canción.
viernes, 29 de octubre de 2010
AMOR Y POLÍTICA
domingo, 26 de septiembre de 2010
PERFIL - Para los que preguntan sobre El Festival (No hablaré más que por acá)
domingo, 12 de septiembre de 2010
Las preguntas del sueño
domingo, 29 de agosto de 2010
LA GALLINA, LA POLICÍA Y LA NAVE EXTRATERRESTRE: "PÁJAROS VOLANDO"
Si la sociedad está permeada por los discursos de la catástrofe -incluso uno de los personajes a punto de ser abducido llega a gritar: "sáquenme de este país de mierda"-, también poseen su esperanza: la nave extraterrestre. En ella se proyectan las fantasías más inverosímiles sobre la posibilidad de viaje intergalácticos, desde reminiscencias infantiles a la figura de la madre o a juguetes hasta la imagen de Perón que los saluda desde el balcón. Hay en esa proyección utópica de cambio, de comienzo de una vida plena, una imagen del desencanto** de la propia humanidad sobre sus posibilidades en la que la película insiste permanentemente a través de la violencia que subyace al humor delirante y a través de la imagen esperanzadora de una nave foránea a la humanidad misma que los lleve.
martes, 24 de agosto de 2010
miércoles, 18 de agosto de 2010
Nosotros fuimos unos chicos débiles. Sobre la Revista Educación Cero
Los recuerdos son una reconstrucción. Por lo tanto, intentaré o, al menos, pretenderé re-armar algunos sentidos y escenas asociadas a ese nombre, lo que no implica, en modo alguno, acercarme a la realidad o a la verdad de lo acontecido, sino todo lo contrario: usar esas escenas y sentidos para hacer algo con ellos. Volver a construirlos.
Con lo cual, detrás del nombre, aparentemente institucionalizado y positivo de la revista, a través de las tretas de los débiles conejitos con machetes entre la maleza de lo institucional, esgrimimos e impusimos una idea crítica de la política educativa camuflada en la ambigüedad del nombre. Nuestra generación sufrió y fue consciente de que los cambios de la reforma educativa no eran buenos. El nombre de esa revista; mejor dicho, la historia de ese nombre da cuenta de un estado de la educación en plena época menemista a partir del cual intentamos, desde nuestras imposibilidades, dejar siquiera un signo de lo que estaba ocurriendo. De modo que nosotros, adolescentes en aquel entonces, y algunos docentes como Julio o María Isabel, o Marta Costa, o Ana Nardi, entre muchos que no puedo nombrar, tratamos siquiera de generar un punto de incertidumbre. Al respecto, no es un dato menor que también fue nuestro curso el que organizó en Leones la manifestación en contra de las privatizaciones de las universidades que se había propuesto como proyecto para recortar el gasto público, condenando a quienes no podíamos pagar una cuota en una privada a dejarnos sin el derecho a la educación universitaria. Nuestro curso se movilizó por la ciudad y movilizó a otros cursos, incluso de la IPEM: hasta intentamos cortar la ruta -de lo que fuimos disuadidos por la policía- en protesta contra el proyecto que veíamos ya como la culminación de vaciado de la educación que -aunque con problemas serios que advertíamos- era lo único que teníamos y de una gran calidad, fuera de alguna excepciones como las que narré. Educación cero es, en la distancia, parte de esa historia pequeña anudada a los avatares de la Historia. Y fuimos protagonistas.
Saludos a todos/as.
El Niño C.
martes, 8 de junio de 2010
ANO LIBERADO. LA CHICA PUNK-DARK REBELDE
La cosa arranca cuando el Niño C abre facebook y ve el mensajito de la Niña I: ¡A ESCASOS MOMENTOS DE LA PRESENTACIÓN DE EL MANAGEMENT ENVILECE EL MUNDO! Y entonces, comienza la desesperación. Recuerda que desde hace dos semanas, mínimo, tiene pensado ir a ver qué hizo esta vez I. Y ya no sabe cómo llegar. Son las ocho menos diez y la presentación es las ocho. El Niño F ni siquiera se metió a bañar todavía y, justo cuando atravesaba el umbral del comedor al baño, lo conmina: apuráte porque tenemos que ir ya a la presentación del libro de Irina. F lo mira. Por lo bestial que insinúan sus movimientos de orangután encerrado. ¿Pero a qué hora es? Le pregunta. Ahora, respondo. Vos estás loco. Dice F. Tal vez, pero no vamos a hacer psicoanálisis ahora, báñate rápido que, por lo menos, con suerte, llego a comprar el libro.
Y entonces, mientras F se baña, C agarra el celular y manda un mensaje a Picopá, que seguro ya debe estar allá, habla consigo mismo, para que lo esperen, por lo menos, si todo termina rápido. Pero Picopá le responde que recién está saliendo, así que estamos iguales. Se tranquiliza. Siempre es reconfortable no sentirse la única Bestia en el mundo. Por suerte.
Y ya lo vemos a toda marcha por la calle. F la cabeza mojada, él con sus tics de autista haciendo movimientos de Niño especial con los dedos de la mano. Como descargando una enfermedad psiquiátrica, una patología latente que espera salir en cualquier momento para volverse real. Cruzan el Cruce Alberdi, semáforos, autos, la Estación Rosario Norte, a Olmedo sentado en el banquito de la Pichincha, El Boulevard Oroño y estacionan. Suben las escaleras del Centro cultural. Salta 1859. Mármoles por los que baja la voz de un hombre que dice algo todavía incomprensible. Y allá adelante, el gheto poético: Picopá, Gilda, La Niña I sentada en una mesa-atril con manteles pop-vintage de frutas y de flores estridentes y, a su costado, la sonrisa de alguien cuyo rostro y nombre, todavía, parecen difusos, demasiado estereotipados: una punk, sí, una punk-dark más.
Era la primera vez que la veía andar en el gheto. Esta debe ser de Buenos Aires, una de las poetas que formaban parte de la selección de la editorial Clase Turista. Seguro. Todavía no sabía, no, que era Ano liberado. No, porque aún no se había definido como tal, no había hecho evidente su identidad más que detrás de la tipología común y retrillada de la chica punk-dark-torta. En eso era EL ESTEREOTIPO. Cuasi airano.
No sabe cómo; pero todavía no leyeron. En realidad, sabe. Si algo aprendió del gheto poético-letrado es que siempre empiezan con sus shows una hora más tarde de lo estipulado en sus convocatorias. Lo cual es, al fin de cuentas, algo absolutamente positivo para los especímenes como él que siempre llegan tarde a todos lados. En realidad, pienso, debemos ser así los del gheto en general. Todos. Ya sé, no está bien generalizar a partir de lo personal. Pero en esta época estamos más allá del bien y del mal. Y por ende.
Ahora entiende lo que decía la voz desde abajo. Y la identifica. Es un editor sexi-gay que aprieta botoncitos y señala una proyección. Un clip de “Secretaria ejecutiva”. Melanie Griffit en la bicicleta. O Melanie que lleva un portafolio. Primeros planos de lágrimas y de risa. Su saquito. Su camisita blanca. Su equipo deportivo. Y las zapatillas. Edificios y ambientes pre-minimalistas. Y dinero. Y más y más. Música. Electrónica. En la pared. FIN.
El editor reflexiona en torno del envilecimiento que el mundo de los negocios impulsa sobre el planeta, cómo copta la libertad de los cuerpos y hace que hegemónicamente el universo gire con su lógica, que hasta la pobre chica de barrio deba renunciar o negociar con su identidad para devenir la presidenta de la empresa de Manhattan. La chica Punk-dark repite idéntico epíteto tras cada reflexión del editor: horroroso (o su sustantivo “un horror”). Pero por suerte están los héroes: ellos, que vienen a hacer otra cosa en el mundo: editar poesía. ¿Otra cosa? Todos sospechábamos que sí, hasta que, como debía ser, la Niña I irrumpe con su marginalidad dulce y señala. Los señala, hasta dejarlos demodé en la pose denegatoria revolucionaria que busca sostener un margen paradójico, porque está en el centro de su propia actividad como un poder oculto consagratorio que hegemoniza los discursos de sus prácticas. El capitalismo es malo, escribamos poesía o, en su defecto, el dinero no tiene nada que ver con nosotros, nosotros somos más buenos y mejores por naturaleza que la lógica de cualquier empresa o que la lógica económica. Dicen sin decir, entre líneas, los editores y el coro punk-dark.
I hace evidente la moral que los sostiene. Y sólo dice que también es cierto que la escena en que Melanie se pone los zapatillas, después de sacarse los zapatos, para hacer gimnasia, o viceversa, a ella le pareció increíble, que siempre le hubiera gustado tener esos zapatos, por ejemplo, ¿no?, porque hay algo en esos fetiches del capitalismo que también fascina y hasta, quizá, nos activa el deseo en una especie de agenciamiento –tal vez perverso y hasta decidido por un poder, pero, acaso, ¿no se puede producir poesía con eso? Mi poesía está llena de esos fectiches–. La chica punk-dark vuelve a afirmar que le parece un horror esa película y cruza miradas con un adolescente de calzoncillos colgantes, cómplices, como diciendo, o preguntando, qué está diciendo ésta.
Y yo les respondo –en silencio– está poniendo las cosas en su lugar, provocando, haciendo lo que hay que hacer en estos lugares donde el pensamiento común y homogéneo también circula como en cualquier lado y que, aunque sea alternativo, no deja de ser una doxa que les hace participar también de la contra-hegemonía de un poder siniestro, que deniega el dinero, pero que no prescinde de él, como por ejemplo, en esos cartelitos que dicen que la selección poética cuesta 30 pesos, en una exposición publicitaria y convencional que sostiene toda presentación. Es también la misma contra-hegemonía que dice que el dinero - o todo lo relacionado, una empresa o el management, por ejemplo- son demonios corruptores y que, por lo tanto, carecen de importancia. Pero pareciera que la tienen, ¿no?, porque la mayoría de la literatura no fue producida por esclavos, o siervos, u obreros, o villeros, sino por quienes detentaron el poder del dinero o, mejor dicho, quienes tenían o se hicieron el dinero suficiente para producirla. Un management de escritores, si se quiere, que denegó lo económico porque no careció de ello y que, de esa manera, se apropió del capital y de la producción simbólica, escondiendo, por pura modestia material, la cruenta realidad de la cultura: su dependencia -en mayor o menor grado, dependiendo de los casos- y necesidad de la economía. ¿Será este el caso y la Niña I pone las cosas en orden? ¿Será que los editores y la chica Punk-Dark pueden dedicarse a la literatura porque no carecen de los medios para hacerlo y llegan a este tipo de afirmaciones? ¿O será que están adhiriendo, sin saberlo, a esa lógica de los escritores adinerados o aristócratas? ¿Contribuirán, así, a que la literatura siga sin valor económico visible y, por lo tanto, a que la sigan produciendo sólo quienes pueden?
Digo, porque ahora la Chica Punk-Dark paga sin problemas el vino y los canelones que le pidió al mozo en el restaurante, después de haber aclarado que ella odia trabajar y que reniega de la economía. Así es; nunca tuvo un trabajo formal, porque sufre mucho mucho en esos lugares de infierno –¿De dónde sacará el dinero la chica punk-dark? o, peor aún, si reniega de la economía, ¿cómo es que sigue usando el dinero?
Resulta que estábamos con los dos Niños F, con Picopá y con La Niña I a punto de tomar los menús con las manos. Y escuchamos la primera manifestación. La chica Punk-Dark (Ano liberado latente) le pregunta al mozo si tiene algo que no posea animales torturados y muertos. Me miran todos. Al unísono. Agacho la cabeza. No quiero decir que siento que Lisa Simpson es real; pero estoy a punto de hacerlo. Aunque no. Alguien me patea por debajo. Fuerte. Me hago el boludo. El Niño C le pasa la carta a Picopá y dice que para él está bien una milanesa napolitana con fritas. Sabe que la Punk-Dark debe estar revolviéndose del asco. Hasta que entienda que no es asco, que ni siquiera es eso lo que está detrás de todo. Como en cualquier moral, siempre hay una doxa, una hegemonía discursiva que impulsa los actos.
Y ahí la explica. Solita. No entiendo cómo los putos están pidiendo por el matrimonio. El matrimonio. Con lo que dijo Foucault sobre él, yo no entiendo cómo siguen sosteniendo eso. Pidiendo eso después de Foucault y de Perlongher. Ya él decía que la sociedad debía liberar el ano y estos se quieren casar. Así nació Ano Liberado. En pleno éxtasis de sus palabras. La mirábamos atónitos. En el autoritarismo de sus frases y en la lectura a contrapelo de Perlongher y de Foucault o, mejor dicho, en la doxa de autoridad en la que se apoyaba para sostener sus actos. Porque siguió abundando en la necesidad de que la sociedad se libere sexualmente de una vez por todas, en la necesidad de una revolución anárquico-social que nos libere hasta volvernos agenciadores de nuestros deseos –sexuales– ad-infinitum. Sin meta y sin matrimonio que nos ate al Estado. Todos tienen que liberar sus anos. Como ella, que le gusta todo y de todo y que organiza fiestas pornos en su casa o que sostiene un blog bajo la consigna de Buttler que, a su vez, vuelve a citar a Foucault, pretendiendo que sólo nos puede salvar una pornología. Hacer lo que ella hace. Eso. ¿Adecuar sus actos a una consigna de otros? No, pavos, además de eso, que a todos nos empiece a gustar todo. Los dildos, las cremas, la vagina, los penes y, sobre todo, cualquier cosa que entre por el ano.
Para ella, por el pelo corto, o por cómo estaba vestida, cualquier gesto, como dar vuelta un vaso, es provocador si lo hace. Es re contra fácil provocar siendo como es, dice. Para no darle la razón, no discutimos, ni le decimos nada. No sea que crea que está provocándonos. Y nos reímos. Porque se cree especial, anómala, rara y no es más que una chica punk-dark más o una adherente a frases –y experiencias- teóricas ajenas o a discursos aristocráticos -y pacatos- sobre la relación arte-mercado. Pobre Ano Liberado. La provocación fue la de la Niña I que, anómala al discurso hegemónico del gheto, supo cómo generar miradas cómplices entre Ano liberado y el adolescente o la cara colorada de los editores. Ella sólo nos hizo reír por un rato. Por su inocencia. O por sus pretensiones despóticas, a pesar de sus propósitos libertarios. A mí, me encantó como estereotipo narrativo.
PD: Camino a casa, devoré El mangement envilece el mundo. A pesar del título y de Ano liberado, el libro es una de las más auténticas experiencias de lectura del presente. Porque abre lo cotidiano en cada verso como material privilegiado para inventar imágenes para nada cotidianas, extrañadas, en las tres propuestas de las escritoras que componen la selección. Se trata de un lenguaje nuevo, que recupera y avanza en la frescura –inocente, bestial o incierta– del mundo contemporáneo de mujeres que rompen los moldes de la lengua, de la moral o de sus roles. De esa manera, amplían nuestras posibilidades de percepción, haciéndonos partícipes de imágenes que se queman en la lectura como chispazos de fuegos artificiales ramificados en el cenit de la imaginación.
jueves, 25 de marzo de 2010
Ser un cornudo consciente, claro, pienso, también debe tener sus desventajas. Una: creer que siempre que el otro no está, está con el otro o con la otra y, en este caso, tocar la obsesión. Dos: Sentirse irremediablemente responsable de ser lo que se es. Tres: Sentirse un idiota ante la mentira. Cuatro: No poder dormir ante el filo de la decisión y de la indefensión que produce la posibilidad de que el otro te cambie como a un celular en el mercado del sexo.
sábado, 20 de marzo de 2010
OTRAS NOTAS INTRANQUILAS
La Víctima-Oposición postula un Gobierno-Victimario plagado de irregularidades y que busca, por todos los medios, detentar y contener el poder hasta su exceso, hasta la desproporción, en una suerte de malicia que abre reminiscencias del trauma de los '70.
La Víctima-Gobierno sostiene una Oposición-Victimaria que se planta en frente como obstáculo insoslayable al cual no se puede sortear por fuerza de número, como si ahí, en ese número, se ocultara una verdad política que puja por sobre-imponer en el plano de la acción una oikonomía paralizante que regula cualquier fuerza por fuera de la mathesis, de la forma pura, que no es otra que la del trauma de los '90.
La Víctima-Medios postula un Gobierno-Victimario que sumerge en el caos al país, al borde del colapso, y que, en esa manía, se lleva por delante cualquier intento de frenarlo. Pero también, últimamente, La Víctima-Medios muestra una Oposición-Victimaria que detenta mentirosamente una unidad como trinchera sin quiebres, la cual llega hasta el fracaso y hasta la actitud destituyente en las puertas del oficialismo, reproduciendo o produciendo las mismas tácticas.
Y el Gobierno-Víctima describe a los Medios-Victimarios como manipuladores de la mentalidad social, como súper-poder que instala en lo real la imaginería de la catástrofe, llevándola al límite, a su propia desestabilización demónica.
La Gente-Víctima opina y esgrime como episteme la inseguridad y el caos del territorio, la inestabilidad creciente a la que es sometida por un Gobierno-Victimario-Mujer al que no soporta y al/la que le teme en la inminencia del trauma. Pero también se cree subyugada por un juego de poder donde los Héroes-Victimarios de la oposición y de las pantallas no pueden redimirlos por inoperancia y por apelación a los mismos recursos que le recriminan al demonio del oficialismo.
La Víctima-Gobierno plantea un Victimario-pueblo de cuatros por cuatros y de medio pelo que se queja en pleno crecimiento por mero contagio mediático, como idiota sin capacidad de percepción. Y la Víctima-Medios y la Víctima-Oposición apelan al idiota que no se da cuenta para que se dé cuenta, construyéndolo en vidente de una verdad que parece absoluta y unívoca, real.
Y las Víctimas, de uno y de otro lado, devienen reversibles Victimarios que avanzan sobre la realidad, configurándola en una nueva guerra de lenguajes, ahora en el imperio de la información, que somete el resto a la duda incesante, sin resolución; aunque plagada de simpatías irracionales que despliegan autoritarismos múltiples.
VI. Los lenguajes de las Víctimas, partidos entre la palabra-acción y el número-acción, entre el Estado y el Mercado, otra vez, imparten modelos:
-Chile y Brasil, en los que no importa la pobreza que supera, con creces, la mathesis argentina, no. Importa el bienestar que atribuyen a las clases acomodadas beneficiadas por políticas que eluden el carácter social o lo mixturan con la hegemonía del mercado y de su apertura comercial.
-Del otro lado, también, Argentina es su propio modelo por mantener las tasas de crecimiento en plena crisis con una política social y de obra pública, de acuerdo a los números desprestigiados del oficialismo.
Algo debe haber cambiado para que sea evidente la preeminencia de Latinoamérica como modelo (algo que no ocurre en la discusión parlamentarismo-presidencialismo, por supuesto). Algo inusitado en la cultura Argentina de corte europeísta .
VII. Y, sin embargo, no podemos dejar de descreer de la mathesis-número-acción por sobre la palabra-acción, por simple experiencia histórica. Y la Víctima Oposición-Medios se cuida de emitir su obviedad en acuerdo con la práctica oikonomica (escondida en la pluralidad y en la independencia como táctica de maquillaje de Víctima. Igual que el Gobierno maquila sus injustificables y sucios gastos electorales, así como sus pagos de deuda a Instituciones neoliberales (aunque, y en el primer caso, habría que analizar la necesidad de Norteamérica de desprestigiar aún más a Chávez –vía el cuerpo perdonado y funcional de Antonini Wilson– para asustar con su avance posible en los liderazgos latinoamericanos a los que les teme como al hombre de la bolsa)).
martes, 16 de marzo de 2010
CUATRO NOTAS INTRANQUILAS
I. En un seminario de epistemología de las Ciencias Sociales, la profesora aseguró que no hay que creer en la inocencia de la gente en el momento de elegir una opción política. Es insostenible, de esta manera, una teoría de la manipulación mediática según la cual los medios de comunicación actúan sobre la gente y la obligan a hacer cosas sin elección. Algo tiene que haber para que la gente adhiera a la consigna mediática.
Obvio que la hipótesis, así arrojada, no iba a pasar o a penetrar en mi cabeza sin apelación. No sé, no logro comprender a qué apunta –le dije–, tal vez por cómo está formulada la afirmación, a qué apunta ese “algo” que, según usted, debe haber. Resuena mucho al por algo será o, en todo caso, digo, a qué específicamente se refiere. Entonces, la profesora lo miró desconcertada al Niño C que le clavaba los colmillos imaginarios en la yugular, tratando de contener su violencia originaria.
Claro –comenzó a desarrollar–, ese algo, no debe entenderse como que lo que subyace en la adhesión popular es la realidad, sino “lo real” en un sentido lacaniano; es decir, un trauma que hace evidente la imposibilidad de dar cuenta de lo que pasó, la imposibilidad de dar cuenta de la realidad; pero que, sin embargo, demuestra todo su dolor.
Ahora sí, ahora, me decía entre dientes, se comprende hacia adónde apunta. Yo no les creo nada a ninguno de los que está en el Senado. Allí, cada uno recompone la realidad como lenguaje y la transforma de acuerdo a sus intereses políticos. Es más, sostuvo la profesora, desde mi punto de vista, lo que sucede allí es muy grave, tantos unos como otros han perdido la perspectiva epistemológica; es decir, el consenso que da origen a la verdad y han desatado una lucha por una simple cuota de poder, no por esas palabras abstractas con las que se llenan la boca, como “Patria”, “Pueblo” y demás.
Porque la verdad no es nada más que eso: un acuerdo entre partes y, de esta manera, la han roto y desatado un conflicto que, en nuestro país, responde más a un esquema histórico cíclico, como si hubiera una consciencia cultural que nos interpelara y que nos obligara a repetir el mismo comportamiento según el cual hay que identificar un adversario y destruirlo, borrarlo del mapa.
Es gravísimo lo que pasa, lo que estamos haciendo, todos, desde la dirigencia política hasta nosotros, sentados impasibles frente al televisor del show político –proseguía el monólogo de la profesora. Un televisor que, es cierto, está mostrando también todo su poder, apelando a ese trauma en pos de sus intereses o, mejor dicho, explotando al máximo ese trauma para tener rating o evitar la regulación estatal en materia mediática. Y algo de morbo hay, algo oscuro nos despierta, porque no podemos despegar la mirada del ring televisivo, con un placer insano en la sonrisa de Gioconda o en la indignación mediática que buscamos, sistemáticamente, todos los días para satisfacernos.
II. Si el trauma determina lo real, es porque ha coagulado en experiencia y, ahora, lejos de ser la literatura o el arte los canales en los cuales la misma se evidencia, parecería que el lugar hegemónico son los medios, librados a una guerra de la información opositora/oficialista que de-construye todo tipo de valor en pos de aplastar al adversario. Y en esa guerra, es claro que la víctima y el victimario tienen el mismo estatus, a veces, hasta volverse indescifrables.
Porque si los señores del campo construyeron su miserabilismo exacerbado, imponiéndose como pobres y marginados por el Estado, si Carrió dice que estamos en estado de excepción y nadie reacciona ante semejante barbaridad, si Alfonsín se muere y todos los que no lo querían pasan a quererlo, si un vicepresidente se da el lujo de traicionar el espacio dentro del cual fue votado y se lo acepta, si el gobierno de los Kirchner no puede –porque no lo dejan y porque no tienen la suficiente cintura– llevar a cabo su plan de Gobierno, si la oposición no legisla, sino que se contenta con imponer sus “no” a los proyectos que dicta el ejecutivo, si el país se estanca, cada vez más en medio de la guerra de estos frentes, no sabemos o no podemos determinar quiénes son los verdaderos afectados, porque cada uno se presenta a sí mismo como la Víctima prototípica.
Y ahí es donde el trauma opera y genera sus propias miserias. Porque en ese rol que queremos ocupar, todos, nos hemos olvidado de cuestiones primordiales, como la lucha contra la pobreza de una amplia mayoría de la sociedad, que también son víctimas y, tal vez, más víctimas que los que se presentan como tal. Así, hemos desbarrancado en afirmaciones aberrantes. Por ejemplo, la que emitían en sus cuatro por cuatro los señores del campo, al costado de la ruta: “Que dejen de darle de comer a esos negros para conseguir votos”.
A lo que siguió una cadena de nenes, nenas y señores/señoras de clase media que pedían que los prendan fuego o, en un reclamo más sublimado, mayor seguridad y mayores penas o represión para poder seguir viviendo tranquilos. No importaba, no, que otros vivan y sigan viviendo en la intranquilidad del hambre o del desempleo. No. Tampoco, que los fondos de las retenciones fueran destinados a la reconstrucción de un país devastado social y culturalmente y en infraestructura pública desde los ’90. No. Importaba que a ellos, que sí se habían integrado a la sociedad, porque pudieron comer desde chicos, gracias a un trabajo que todavía era alcanzable y posible, los dejaran tranquilos. Y eso eligieron. Y así estamos.
III. Ahí parece hacer síntoma el trauma. En la búsqueda de tranquilidad de la intranquilidad. Hace pocos días estuve leyendo sobre los cambios acontecidos en el mundo, en Latinoamérica y en Argentina, desde el advenimiento del neoliberalismo en los ’70, ’80 y ’90, cronología que depende de la región y del país. Hay dos textos que, en principio, me impactaron más, en función de lo que movilizan respecto de lo que nos ocurre. Uno, de Ulrich Beck, La sociedad de riesgo mundial; el otro, un pequeño artículo del politólogo Atilio Borón (UBA-CLACSO) titulado “Después del saqueo: el capitalismo Latinoamericano a comienzos del nuevo milenio”.
El libro de Beck asegura que cada vez más avanza la conformación de una sociedad mundial caracterizada por una especie de percepción elaborada en torno de una comunidad de imágenes mediáticas de crisis, alteraciones ecológicas y caos político que parecen estar ahí, a punto de desestabilizar el mundo. Appadurai pensaba en paisajes mediáticos que conformaban la imaginación de los individuos, hasta uniformar una tensión global de componentes nacionales particulares con ciertos parámetros homogéneos hegemónicos. Sospecho que la forma del riesgo que tienden a configurar los medios se ha enraizado con el trauma de un mundo mutante e intranquilo, sujeto a permanentes cambios, cada vez más acelerados y dramáticos. Y que ese trauma se reelabora dentro de las experiencias históricas concretas que los países latinoamericanos han atravesado, por lo menos, en los últimos treinta años.
En nuestro caso, la experiencia del neoliberalismo de los ’90 ha codificado un trauma en la imaginación que retorna en los medios mediante una reelaboración interesada por diferentes grupos que se juegan el reparto del poder y de proyectos políticos distintos. El trauma se edifica sobre un doble fracaso; uno postulado desde el discurso neoliberal ante la imposibilidad y la ineficiencia del Estado de bienestar para contener a la población, y el otro desde los defensores acérrimos del Estado que sostienen y demuestran con la historia la inoperancia de una política basada puramente en las determinaciones del mercado. Esa dicotomía opositiva Estado / Mercado es, en realidad, la puesta en escena del núcleo constitutivo del trauma.
El neoliberalismo de los ’90 demostró, luego de haber instalado la idea de que el Estado era ineficiente, que el mercado era peor aún. Borón es determinante: “la propaganda neoliberal ha cosechado un gran éxito en sus esfuerzos adoctrinadores al hacer que la esfera pública, muy especialmente el estado, sea percibida como un ámbito en donde prevalecen la corrupción, la venalidad, la irresponsabilidad y la demagogia” (p 425). De lo que se deduce que, en su perspectiva, al final de la década de los ’90: “la bancarrota del neoliberalismo se hizo evidente al punto tal que hasta sus más acérrimos partidarios tuvieron que reconocer que ‘la magia de los mercados’ no tenía la menor posibilidad de encontrar una salida positiva a las crisis analizadas en las cumbres, y que para resolver estos problemas lo mejor que podía hacerse era recurrir a los estados” (409).
Es decir, si el neoliberalismo instaló en la imaginación la inutilidad del Estado mediante una táctica de discurso demonizador que condujo a la aceptación pasiva de la descentralización y de la privatización del mismo durante el gobierno menemista, en el final de la década, con los ajustes sistemáticos y el corralito de por medio que condujo al 20 de diciembre de 2001, demostraron que el mercado era más ineficiente que aquél. Entonces, las dos alternativas de gobierno que la dirigencia política presentaba quedaron diezmadas en la imaginación, una por el discurso neoliberal y la otra por el fracaso de la utopía económica nunca cumplida de ese mismo discurso. Se configuró, así, un desencanto social que decantó como trauma.
Y a medida que esa frustración se consumaba, hicieron aparición los medios con una verdadera “norteamericanización” de la política. Según Borón, ésta se caracterizó por la obsesión de los partidos políticos de ocupar el centro del espectro ideológico desde el primado de la videopolítica con insulsos discursos y rebuscados estilos publicitarios. Se condenó, así, a la democracia a una mera forma vacía de contenidos que redundó en imágenes y en eslóganes para acaparar votantes como si fueran la audiencia huidiza del rating de un show televisivo. Cada vez más, los grupos de intereses políticos hicieron de la pantalla un ring a través del cual buscaron ganar votantes. Y el poder de los medios hegemónicos acompañó a unos actores en detrimento de otros de acuerdo a sus intereses económicos y financieros.
Es por eso que, frente a la intranquilidad de la sociedad de riesgo mundial y al melodrama mediático de la política norteamericanizada, lo que se busca es la tranquilidad; a pesar de que todo parece indicar que ésta ya no existe más en el seno de nuestras sociedades fracturadas.
IV. Con todo, el doble desencanto del trauma, hizo que hoy, en nuestro presente, todos se construyeran mediática y políticamente como víctimas. En realidad, podría decirse, que fueron cuatro las víctimas que hegemonizaron el discurso mediático: la oposición, el oficialismo, la gente y los mismos medios. Cada uno luchó desde el discurso por ocupar ese lugar.
La mayoría de la oposición apareció, así, como la Víctima en acto, dado sus claros intereses de retornar a una economía y política de mercado, que aparecen en las declaraciones de Macri, de Carrió y del Pj Disidente. En acto, porque el regreso a una política con un Estado fuerte desde el kirchnerismo va desapareciendo, poco a poco, y a medida que las condiciones lo permiten, el primado del mercado neoliberal, lo cual los torna los afectados directos. Y a pesar de que se insista en el pago de una deuda fraudulenta, el contenido social de las políticas k, tanto de infraestructura pública como de ayuda a sectores marginados mediante jubilaciones y planes de trabajo en cooperativas, la superación relativamente airosa de la crisis financiera mundial, sumado a los mecanismos de control sobre el plantel mediático que pretende una libertad de prensa homóloga a la del comercio neoliberal (traducida para estos grupos en libertad de concentración de los medios y de la opinión) son apenas algunos motivos que ponen en evidencia una torsión a la hegemonía neoliberal por parte del kirchenerismo. Por eso, esa oposición y los medios aparecen y se muestran como víctimas en acto, cada vez más desplazadas frente al retorno a escena del Estado al que se encargaron de demonizar. Pero que, paradójicamente, en los últimos tiempos, y posterior a la asunción de lugares en el senado, la oposición se vuelve víctima en potencia, latente, que va ocupando un lugar más próximo al victimario, a aquél que quiere y, de hecho intenta, asesinar cualquier intento de gobernabilidad kirchnerista.
Pero también, el mismo oficialismo devino, y cada vez con mayor intensidad, una víctima en acto, que sale de su lugar de víctima en potencia plenamente discursiva, frente a esos grupos mediáticos y políticos que no le impiden actuar o que le ponen “palos en la rueda” o trabas judiciales y parlamentarias o que consiguen el respaldo de la gente en apoyo a sectores enriquecidos que diezman sus propias posibilidades de ascenso social y de mejora de las condiciones públicas. Aún cuando esa gente reclame obras y trabajo y escuela, parece no comprender o no quiere comprender que para eso, es necesario el dinero que le dificulta al oficialismo conseguir. Y ese lugar, es cierto, es generado también desde la propia inoperancia del oficialismo no sólo para negociar, sino para comunicar los discursos. Pero no explica, en modo alguno, la adhesión de los votantes a eslóganes de mercado o de personajes publicitarios simpáticos que pretenden gobernar el país mediante frases de choque como Alica, alicate.
Ocurre que también esos votantes, la gente o el pueblo o las masas que hegemonizan las encuestas y los sondeos televisivos o radiales, se construyen como víctimas de la experiencia histórica. Víctimas del fracaso del mercado y creyentes fervorosos de la inoperancia del Estado al cual ven y verán por mucho tiempo como un fracaso también. Es más, las imágenes de saqueo y de precariedad que generaron las privatizaciones y descentralizaciones durante los ’90, les impide comprender o, incluso, ver y aceptar como verdaderas conquistas algunas acciones del Gobierno, como las re-estatizaciones de ciertas empresas. Al contrario, se pronuncian en contra de cualquier avance del Estado y del Gobierno y favorecen en las urnas a una oposición que no quiere saber nada de la presencia del Estado y que vota en el Senado en contra de esas re-estatizaciones. El trauma de los ’90, con su doble fracaso, los lleva, ineluctablemente al desencanto y a la oposición de quienes ocupen el lugar del poder, porque en la experiencia histórica argentina reciente, ese lugar casi siempre fue el de los victimarios.
Sin embargo, la imagen de la víctima es una de las caras de la falsa consciencia. Una imagen que sirve para tranquilizar y quitarse la responsabilidad del presente de encima, delegándola en otros a quienes se acusa de victimarios. Cuando estalló la crisis con el campo, sostuve que el apoyo otorgado al sector redundaría en inestabilidad política y debilitamiento del gobierno, en pos de la conformación de un contrapoder conservador. No pude comprender, entonces, con toda precisión, lo que eso implicaba. Hoy, cuando esas deducciones lógicas se van cumpliendo, entiendo que tal cuestión lleva aparejada, además, un deterioro del país.
Desde la posición de Víctima que cada uno construye, será fácil delegar la culpa en el otro y la gente, el pobre pueblo, desconocerá que en ese deterioro fue una pieza central, que se auto-boicoteó y que, como en el apoyo mayoritario que otorgó a Malvinas, o al proceso militar o al gobierno de Menem votándolo dos veces, ahora tampoco tuvo la razón. Porque la razón no requiere de víctimas ni de victimarios, sino de la asunción de lo que a cada uno le compete en el accionar sobre la realidad. La posición de Víctima implica, por el contrario, una actitud pasiva receptora ante esa realidad que, en breve, de seguir las condicones así, se desmoronará con el peso de una explosión. Y aunque le pese, otra vez, como muchas veces, esa gente votante está actuando contra sí misma y defendiendo los intereses de unos pocos que persiguen el retorno al imperio neoliberal del champagne con pizza, mirando cómo crece una villa miseria al otro lado de la ventana.