viernes, 26 de noviembre de 2010

XVII. Viajes

Mientras la ruta pasa por el costado, el Niño C mira las fotos de la cordillera, de Buenos Aires inmenso en la noche de un atardecer con tormentas mientras descendían en Ezeiza, se acuerda del tipo de Van travel que se perdió en el aeropuerto una hora cuarenta y cinco minutos, que luego no embocaba el peaje manual cerca de Campana, que puteaba como loco, mientras él trataba de ponerle el cinturón a F que se había dormido. Después cierra la notebook y mira los corrales. Esto no es Santiago, ni Valpo. No están en el 612 a la Sebastiana que parecía una montaña rusa, pero chilena, entre las casas. La voz del tipo que les dijo: A veces, los colectivos terminan en el living de las casas, no la oye más. Se apagó. Pero hay imágenes. Una bandera inmensa, un faro con publicidades en pantallas al aire libre, alto, una biblioteca sin material, un ascensor a la orilla de una bahía, pelícanos y gaviotas paralizadas por un flash. Y la entrada por Oroño en plena noche. Las valijas abiertas en el suelo de su casa. El quilombo del regreso. Y la mañana. Subidos al auto y otra vez en la ruta y ahora, lejos, en una penumbra, aparecen los dos edificios; pero esto no es Rosario; es Leones y no entiende cómo se atraviesa así como así el espacio, la geografía. A Lucio Mansilla le llevó volúmenes reunir la Excursión, diarios y diarios publicar sus sueños sobre la Pampa, explicar eso que era un viaje. Nosotros soñamos y ya estábamos en otro lado. Ni cuenta nos dimos de la alteración del paisaje. Y encima ya no había indios con los cuales aprender algo más de la civilización.

XVI. La otra casa

Estoy cansado de Nerudas. Resulta que no sólo su cara y su nombre aparece , espectral, en cada recoveco de Valpo, sino que hoy, además, después de mearle la playa de la casa en Isla Negra y después de haber luchado con los lancheros porque nos vieron las caras de boludos y nos querían cobrar diez veces más por una vuelta en barco por la bahía. Sí, luego de pelear hasta el hartazgo, F con ellos, el Niño C huyendo de la violencia real, ahí, al costado del agua turbulenta que golpea el muelle. Cuando una Lola gritaba que los denunciaría por aprovecharse de sus bolsillos, por no dejar salir a la lancha colectiva barata. Posterior a todas esas circunstancias, terminamos en la otra casa de Pablito en La Sebastiana. Dicen que tiene como veinticinco casas por Chile. Para mí es una exageración. Pero me callo la boca. Esto de ganar nóbeles rinde, che, no hay caso. Por suerte, ¡oh, coincidencia con gloria morir!, y a pesar de las vueltas bruscas por los cerros, entre las cabezas cariadas que asomaban sus encías, por suerte, sí, terminamos en el lugar en que teníamos que encontrarnos con Nadia y que ya, de tanto mareo y de ir de un lado al otro, no recordaba dónde era. El Niño C dice que, al menos, no fue en vano, mientras le mea el patio a la Fundación Pablito como a la tarde la playa en Isla Negra, construida y ampliada turísticamente al costado, arriba y debajo de su casa original casi desaparecida. No vino al pedo. No. Y sobre todo, porque Nadia no es Neruda y gracias a Chile.lé.lé.lé.

XV. Los valores de Pablito

El Niño C entra a la casa de Neruda. Como su poesía: preciosa. Pero que se entienda aquí que el adejtivo es sólo una predicación; nunca un valor positivo en sí mismo. Por supuesto. Todo turístico. Muy. El señor embajador, casi presidente y Premio Nobel ni reparó en rodearse de un paisaje impresionante –podría decirse también impresionista– y belle-letrista. Una isla no isla ni negra, sino playa turquesa, blanca, celeste, rosa, verde y apenas azul oscuro. Cada vez confirmo más la teoría. El Niño C la confirma. Así es fácil escribir poesía linda. El señor no se rodeó de lo que Baudelaire, o Cucurto o Hamsun. Arlt tenía razón: para hacer estilo pulcro y perfecto, hay que tener rentas. Para ser un “gran escritor”, un premio, hay que tener una cuenta bancaria. De lo que se deducen varias consecuencias. Por ejemplo, que quienes siguen buscando o leyendo la literatura por el valor de lo bello, de lo perfecto, de lo lindo o lo ¡ay, qué bien escribe! sostienen una hegemonía axiológica y una división social concreta. De seguir leyendo y escribiendo así, bajo esos valores, sólo podrán escribir literatura los que tengan fortuna y los demás, quedaremos afuera. Por brutos. Por Bestias. Por pobres. Quieran o no reconocerlo, señores, las cosas parece que son así. Puedo equivocarme. Siempre. Pero en la superficie y en el fondo, la distribución económica también crea valor literario. Y acá estamos. En el cacho de casita de Neruda.

XIV. ¿Isla Negra?

Después de buscar casi desesperadamente un presupuesto adecuado para llegar a Isla Negra –sí, a la casa de Neruda– estamos en pleno viaje, subiendo cada vez más alto. El Niño C comienza a sentir la persistencia en el cuerpo de los primeros dolores. Tal vez la altura o el subir y bajar a cada rato en esta precordillera. No sé. Tal vez algo le esté partiendo los huesos, la cabeza, la lengua. Ayer. Por ejemplo. Sí. Terminó acostado. Casi desmayado. Antes. En Viña. Sintió que el mundo se desgarraba. Y el dolor de cabeza. Y la estupidez. Que enlentecía los movimientos. Parecía una muerte. Tuvo que volver. Y hoy. Mientras marcha. Por las laderas de pinos. Y eucaliptos. Se da cuenta de que esos dolores parecen instalados en el paisaje. Tiene que ser la comida. La falta de buena comida durante la semana. Puras empanadas. No fue necesario, no, comprar un bife a lo pobre, como dicen los menús, para ser pobre. El cuerpo. Ahora le devuelve esos. Por tantas porquerías metidas. Se llama malalimentación por falta de plata. Hambre. Comida de pobre. Como allá en el campo. Semblante y dolores de pobre. Y ya se quiere ir. Volver. No aguanta más. Necesita estar en Rosario otra vez.

XIII. Sobre la pobreza (o la fuga)

Sube el ómnibus en Playa Ancha y a Viña del mar. Acaba de escuchar a Julia en una ponencia sobre Vallejo que le levantó los pelos de los brazos como un pollo. Ahora, mira la bahía que oscila con olas calmas y rotas sobre las rocas. Bandadas de gaviotas cruzan el aire y el colectivo va a toda velocidad. Como en Río, los que iban de una punta a la otra por la costa a noventa o cien km/h. Pero ahora suben y bajan cerros, avenidas que se elevan y entran y salen de ciudades porteñas. Llegan y caminan. Esta ciudad tiene algo que lo fascina. Ha de ser la evidente ausencia de pobreza y el orden turístico y preciosista de sus balcones y calles. ¡Si hasta hay masetas con flores en las luces y en los semáforos! Es la ausencia de pobreza. De eso que ha huído siempre y que contrasta evidentemente con Valparaíso. El Niño C no es de los que hacen una divinidad o cargan de valores auráticos a aquello que no lo tiene. Hay que haber sido pobre para darse cuenta de lo que es vivir en esas condiciones, a pura necesidad, a puro día a día tratando de conseguir las sobras de dinero con los que comprar comida. Sí, hay que ser pobre para entender que no hay nada de maravilloso en esa especie de muerte en vida y para tomar dimensión de lo necesario que es eliminar de una vez por toda esa película de terror en la que están metidos sin querer y a fuerza de voluntad millones de niños y niñas que no pueden dormir de noche porque el hombre de la bolsa les rasguña los estómagos o las paredes. Esto es evidentemente algo que le encantaría tener. Es la consciencia del pobre marxista como Bestia, llevada a su expresión de deseo de la vida del otro. Posible. Es pura necesidad, baba que cae sin saciarse nunca, diría. Y ojalá todos viviéramos en este confort. Pero siempre y cuando antes hayamos sido pobres. Porque si hay algo que Viña nunca podrá tener como Valparaíso es la evidente calidad cultural y de la gente; los vínculos humanos de los que el pobre es capaz de enriquecerse como si fuera lo único a lo que puede tener acceso y ser capaz de acumular. Vínculos para nada endebles, como los de la modernidad líquida de un sector social acomodado que describen algunos sociólogos. El pobre tiene otro tipo de vínculos, es otra gente, sin duda. Aunque no es conveniente vivir en medio del horror, en medio de ese juego del miedo, porque tarde o temprano esos vínculos se vuelven gueto y la consciencia se convierte en un páramo más pobre que la de la vida. Por eso hay que huir, aunque parezca contradictorio. Y acá estamos. En la muestra fotográfica de Valparaíso, mientras la gente se amontona en la Plaza Sotomayor porque ha comenzado otro recital gratuito. Nosotros en este Laberinto de miradas, una muestra de fotógrafos globales que captaron movimientos, fricciones y experiencias colectivas de fotografía en América Latina. Y lo mejor de todo es que es en las paredes de la Estación de metro del Puerto. No hay estadio, no hay parque, playa o conjunto de pelícanos de Viña, a pesar de toda su belleza y confort, que puedan compararse con esto.

XII. Pisco Sour al Congreso de la UPLA

Mientras camina por el costado de la Bahía, no deja de recordar que F se quedó con la garganta hinchada en la pieza. Desde abajo, Valparaíso se respira sin cansancio. ¿Estará bien? ¿Y si tiene la gripe porcina o alguna mierda de virus para el cual nuestra inmunología argentina no está preparada? ¿Qué hacemos? No sé. Por lo menos, le envió dos mensajes ya. Señal de que sigue vivo. Abajo, se ven algunas piedras desperdigadas en la playa pequeña. ¿Es Botafogo del otro lado? Una nena tira algunas contra la ola calma. Y allá, ve algunos pelícanos y como hace una semana leyó a Baudelaire, tiene la sensación de que es la primera vez que los ve realmente. O es esa mierda de pisco con limón (pisco sour) que acaba de tomar y que le hizo perder la perspectiva. No sé. Lo cierto es que arde la lengua y la sangre desgasta algo, un calor, tal vez, desde adentro hacia afuera, mientras avanza por el costado, sudado; pero contento con este bolsito de Congreso que acaban de darle. Algo que en Rosario es inconcebible. Y por eso y el alcohol y los salmones crudos, torazodos, enteros, cocidos, pinchados, que acabó de comer, en el estómago intensifican la périda del sentido. Y ahora los pelícanos se levantan sobre las rocas y lanzan bocanadas de peces sobre la arena. Como si vomitaran borrachos palabras torcidas que no encuentran dónde meterse ni cómo respirar y saltan sobre la arena tratando de recuperar la corriente del agua para sobrevivir un poquito más. Pero no. No son pelícanos. Parecen ballenas ebrias que desfilan con tutús y sombrillas bajo las persianas de ostras. Tampoco. Y ya no aguanta más el calor y tanta humedad y ese sabor en la boca y, por eso, le pregunto a un marinero –sí, EL MARINERO– cuánto me falta para Playa ancha. Me da dos posibilidades: o subo las escaleras o llego al semáforo. Pienso en una tercera: que él me lleve por las escaleras, a rastras, si quiere; pero sé que no será posible y ni loco subo las escaleras solo y de nuevo caminando. Me voy al semáforo. Gracias, le digo y miro los pelícanos picotear los peces sueltos, como picotearon al Niño C recién algunos, pidiéndole libros con una desesperación sintomática de esa rareza que es el libro en este país; tan pero tan caro que el hecho de que alguien les regale uno les debe parecer un delirio y se avalanzaron todos sobre él pidiéndole descaradamente uno. Yo sé que no es eso, es pura borrachera, nada más; me dejan con el sí flojo y regalo libros a mansalva. Y entonces, veo el semáforo; pero ni loco subo esa calle empinada a la Universidad, ni loco. Y el Niño C estira las manitos de renacuajo enano y comienza a preguntar –porque no puede leer los cartelitos– a cada uno de los colectiveros si lo dejan o no en la UPLA. Uno le dice que sí y sube. Ahora va a tener que leer. Como mucho, espera no eructar peces como los pelícanos.

XI. Lo imborrable

Nos pasamos la tarde en el laberinto de ruinas. Recorriendo calles, Iglesias, miradores, subiendo y bajando los pocos ascensores que quedan en el mundo neoliberal de este Chile privatizado. Estamos hartos de ver tantos carabineros ir y venir y la gente que nos grita que no tengamos la cámara en la mano, que no saquemos plata en la calle, que tengamos cuidado con las mochilas. La paranoia del Niño C comienza a crecer y donde había una ciudad portuaria, ahora es la Rosinha en su máximo esplendor. Se hace apuñalado, baleado, golpeado, quebrado por algún pololo cabrón. Pero no. Hasta ahora, lo máximo que nos pasó fue que nos gritaron si queríamos crack o éxtasis, la droga del amor, en una de las plazoletas. Obvio que nos hacemos los boludos. El Niño C mientras se come otro hojaldre con manjar; F una torta de chocolate. Y entonces, como no les damos pelota, nos quieren hablar en inglés y nos insinúan cosas. Sigo en la mía y se dejan de joder. Al rato, un viejo hace señas para que vaya. Por la mirada sé con qué intenciones. Minga, viejo, minga, así decimos en Argentina. Y el Niño C lo deja con la baba. Ahorcada.
De golpe es de noche y de nuevo en la plaza Sotomayor. Sólo que ahora, en un escenario enorme, canta Pedro Aznar. Acaba de irse el francés. Aznar comienza el concierto. Al principio parecía soporífero; monótono, y con unas letras insulsas y plagadas de rimas sin sentido ni ton ni son –al mejor estilo Belén Francese. El Niño C comenzaba a lanzar su veneno ya; pero de golpe, la cosa cambió y algo se apoderó de Aznar y del escenario. Y entonces, lo comprendí todo: tarde o temprano, al artista verdadero, lo asalta eso que unos han llamado el silencio, otros la alucinación, otros el genio, otros la magia y que yo prefiero llamar la Bestia. Y cuando ésta aparece y hace del artista su juguete, cuando lo compromete al punto de que el cuerpo parece desintegrarse o que la vida late y se escenifica en una vibración tensa, nada puede detenerla y ocurre eso que hace que, al menos por una o dos o tres canciones, o por un poema o por un verso, o por un cuento o por una novela o por un trazo en el cuadro aquél, ya no podamos olvidarlo. Hemos entrado en contacto con lo imborrable. Aznar y Valparaíso y la luna arriba ya no se irán de mi cabeza.

X. Valparaíso

Es martes. Así que nos vamos a Valparaíso. Tomamos el ómnibus en La estación Pajaritos y ya nos ven, cruzando la precordillera en dirección al océano. Lo que no era perceptible antes, ahora, parece salir en medio al cruce del país: la pobreza. Veo los primeros ranchos apilados sobre las montañas; otros, al costado de la ruta. Pero indefectiblemente, no hay villas o pareciera que no. Son unas pocas casas amontonadas aquí o allá. La pobreza está generalizada en el interior de los bolsillos nomás. El paisaje es similar al de Salta, sólo que del otro lado de la cordillera. La mayoría de las sierras están secas y apenas un par de espinillos cubren algunas. Más adelante, la vegetación se adensa, en medio de unas nubes negras que nos pasan cerca, enserio, ¿no ven? Pero de golpe, todo se corta y lo que no era, es. La pobreza despliega sus casillas porteñas apiladas unas sobre las otras, con los colores típicos del mar: celeste, amarillos, verdes aguas, rojos. Uno al lado del otro, intermitentes. Y las paredes descascaradas y las chapas hundidas o dobladas y las fachadas de las pocas construcciones coloniales de cemento o de materiales más resistentes se caen de antigüedad. Valaparaíso muestra su pobreza mezclada con un anacronismo arquitectónico al que el tiempo ha desgastado avejentándolo. Y ese parece ser el atractivo arquitectónico de este patrimonio de la humanidad. En la terminal, preguntamos si tomamos un colectivo o un taxi. Que el auto, nos va a arrancar la cabeza, nos va a dejar pelados, nos dice la señora. Que tomemos un bus en la parada, ahisito pregunten, nomás, ¿iá? Y lo hacemos. Nos ven tan desorientados que una mujer se acerca y empieza a parar los buses y meta pregunta y pregunta hasta que da con uno que nos deja por Playa ancha donde está el Hostel Casaclub al que vamos. El Niño C sube sus valijas, pesadas, tanto o más que su cuerpo y se sienta atrás. Dos pendejos se ponen al lado con sus celulares a todo trapo. Parece una mezcla de reggae con cumbia y cuarteto lo que escuchan. Insoportable y la letra que dice pelotudeces a cada rato. La ciudad nos sube y nos baja, nos gira iglesias y casas coloniales desportilladas o tapadas de pinturas. Ribetes en las paredes y frisos de todos los tipos. Angelitos, palmeras, trenzas. Y pircas y cemento. Y el mar que asoma cada tanto allá a lo lejos, en algunos pasajes. Está nublado y hace un frío tiroideo que paraliza. Pasamos un puente y el bus nos deja aislados en la entrada al puerto. Del otro lado, el cerro. Gigantezco. Hay que subirlo, con mochilas y bolsos al hombro. Los ascensores están rotos. No, en realidad, por la noche, en la plaza Sotomayor, nos enteramos de que no. Resulta que un francés apareció de golpe en medio de la multitud y nos dio un folleto en el que convocaba a unirse a la gente para que el Estado expropie los ascensores. Nos explicó que hacía cinco años que vivía en Valparaíso. Y de un año para el otro, comenzaron a cerrar todos los ascensores de los cerros porque los dueños quieren cobrar el doble y el estado no los deja o la gente no les paga directamente. Entonces, los empezaron a cerrar; del año pasado a éste, cerraron quince y ahora sólo quedan cuatro funcionando. Y la gente, así, no puede subir. Imagínense los viejos, quedan confinados al cerro, no bajan, porque si no tienen plata para un taxi, después quién los sube. Ni decir que tiene razón, en el momento que subíamos la calle con las valijas a cuestas, si aparecía el francés, le hacía un piquete con tal de que expropiaran el ascensor de Villaseca y lo pusieran en marcha. La lengua afuera. Es la una de la tarde y subimos el cerro camino al hostel. No da más. No doy más. Y cada tanto freno y miro el mar de ruinas de la ciudad al acostado del mar de agua azul. Diríamos que es una favela porteña, turística. Sí. Eso. Pobreza, ruina, comercio y turismo. Pero no hay señales de violencia acumulada. Visible. Apenas unos graffitis que pintan todas las paredes con letras que no puedo ni tengo la capacidad de descifrar y menos en este trance. Llegamos al hostel. F con la garganta inflamada, a punto de salirle por la boca. Desde ayer que le duele y tose y tose y no deja dormir. Se siente mal, muy mal, me doy cuenta por el semblante; pero es terco y no quiso tomarse un taxi. Ahora estamos acá. El hostel es una casilla celeste de dos pisos. Nuestra habitación da a la bahía desde la que vemos la ciudad y el océano en una panorámica que logra sanar y recuperar todo el esfuerzo.

IX. Bella-Vista

Caminamos horas enteras por esta ciudad enredada al Valle de la precordillera. Fuimos y vinimos por el costado del Mapocho, hasta dar con Bellavista; el barrio bohemio de Santiago. Quiero encontrar Off the record; el restaurant donde artistas como César Aira, Carlos Monsivais, José Emilio Pacheco, entre muchos notables más, fueron entrevistados para un programa del cineasta Rodrigo Gonçalves desde 1996. Parece ser, según la muestra del MAC, que cada entrevistado dejó una fotografía con su firma en las paredes. Pude reconocer algunos rostros en la exposición de 300 fotos del MAC. Pero quiero llegar al lugar, tomar algo en la silla, por ejemplo, donde se sentó Pacheco. Sin embargo, es tan lindo el lugar que el Niño C se pierde entre las casas y la vegetación y termina en el Cerro Santa Lucía del Carmen, donde hay un funicular que permite ver en una panorámica toda la ciudad y un zoológico y unas sillas elevadoras que llevan de paseo por los alrededores. Y allá van. F saca los tickets y suben al funicular. Es una especie improvisada de ascensor como los que verá en Valparaíso. Por un sistema de alambres se arrastran cuatro o cinco vagones en hileras hasta la punta del Cerro. Y allí confirma las sospechas: en Santiado parece no haber villas. La ciudad entra y sale por la cordillera; pero no se ve bien por el smog y, sin embargo, es suficiente para imaginar o conjeturar que no hay villas o favelas. Aunque tal vez, a la vuelta de aquel cerro…

Chile VIII. Bestias en el museo

Las marcas del terremoto no dejan de persistir. Enfrente del centro cultural El Mapocho, se extiende un parque en el que nos metimos y terminamos acá, en La escuela de Bellas Artes. La fachada está agrietada y hay desprendimientos inmensos de mampostería. Si entrás al MAC (Museo de Arte Contemporáneo) te topás con la exhibición de un bloque de techo en la entrada. Pero lo más interesante del MAC son sus exposiciones que, aunque reducidas, atrapan con una especie de atracción que te deja con ganas de más. Y una de ellas, no casualmente, reproduce el video de cómo unos artistas repararon simbólicamente la fachada después del sismo. Y el mural está ahí detrás: una muralla de hojas A4 que ensamblan las diversas partes del frente, una al lado de la otra, con minotauros y seres deformes. Y en la pared, rajaduras y rajaduras y un desprendimiento de revoque que parece el mapa de chile –de hecho, no sé si es o no un simulacro, porque es tan parecido al mapa, que me lo confundí con él apenas entré y sólo después de un largo rato, pude darme cuenta de que no era un mapa, sino desprendimiento.
Pero de ese edificio, en el otro extremo, se encuentra el Museo de Bellas Artes. También con muestras modestas y con un gran desorden edilicio por refacciones. Una exposición me dejó estupefacto. Se trata de la exhibición colectiva de artistas chilenos del presente: Carlos Altamirano y Gonzalo Díaz. Hay dos cuadros que tienen algo que saca a la Bestia propia y la alimenta.
Uno, de Carlos Altamirano. Una paloma, tal vez de la paz –aunque no es blanca–, o la paloma esa que abunda tanto en Chile o esa otra azul y bandadosa que se reproduce hasta el hartazgo en las producciones poéticas y paisajísticas burguesas. Pero no puede ni quiere ser leída desde cualquiera de esas coordenadas. Y la paloma está abierta en una disección perfecta y diversos ganchos le estiran el pellejo hacia los costados para que podamos ver sus órganos. Uno de esos ganchos, saca el intestino fuera del cuerpo y lo levanta por encima del cuello. La mirada de la paloma trasmite toda la paz y la belleza que se pueda imaginar; pero su corporalidad nos recuerda que ahí no hay nada de espíritu, sino pura materia; mejor dicho, pura violencia ejercida sobre esa materia por un cirujano que ha decidido no ocultar más los órganos y la corporalidad detrás de la mirada beatífica; y vaya uno a saber con qué fines. La obra se sostiene por ese contraste y por la insinuación de que cualquier moral consiste en ocultar la corporalidad interna tras la petrificación de un cirujano ausente –pero siempre presente– de la escena. Y esa tensión es correlativa de la técnica mixta entre impresión y pintura que ha sido empleada, como si el cirujano quisiera ocultar la cualidad pictórica de su obra y eso, como la paloma, no hiciera más que mostrar un artificio hecho de puro cuerpo y de pura intención.
El otro, pertenece a Gonzalo Díaz. Se trata de una obra mixta, mitad impresión, mitad instalación y, en realidad, está compuesta de dos piezas enfrentadas. En una, el artista dibuja un paisaje convencional y mira azorado –pero como puro gesto paródico– hacia afuera. Está enmarcado en una especie de afiche, donde leemos lo siguiente: “PINTURA POR ENCARGO. Se recomienda no hacer más de una al año”. Y más arriba: “Violencia, acción, intriga y performance en la última obra del autor de Km 104. ¡Es una pintura fuera de serie!”. Por fuera, en la pared, se define la performance como aquello que se produce cuando el artista emerge como soporte de la obra. Y entonces, uno atiende a la segunda pieza de esta obra de Díaz. Se trata de una gigantografía de él mismo fotografiando el afiche donde también él mismo pinta un paisaje por encargo. La mercantilización de la obra aparece, así, coagulada en un juego de marcos: el afiche publicitario encierra el marco de la intimidad del taller y, a su vez, ambos están encerrados dentro de la reproductibilidad técnica de la fotografía que, evidentemente, reenvía a esa definición de performance dentro de un museo en el cual un artista no hace más que mostrarse a sí mismo en cada trazo de ejecución de su obra. Y de ahí, de ese juego fetichizado de espejos y de marcos, el artista se desacraliza a sí mismo, parodiando sus propias condiciones de supervivencia y su recaída en trabajos por encargo a los que hay que evitar hacer más de una vez al año. La fuerza performática surge allí donde el soporte que es el artista intenta –en vano– arruinarse a sí mismo y eso es, al fin de cuentas, la única salvaguarda que tiene frente al endiosamiento que el mercado pretende del artista como marca de consumo o como mero afiche publicitario que debe vender una perfección y un aura donde sólo hay intento de supervivencia.
Esas dos obras tienen un poder que no puede definirse simplemente y que hay que ver para comprenderlo. Porque la Bestia desafía cualquier intento de acercamiento o de traducción y obliga, siempre, al uso y a la experiencia personal como únicas formas de contacto con ella, a pesar de que nunca podamos tocarla, dada nuestra insignificancia, nuestra nada, nuestra caducidad sostenida por los ganchos fríos del tiempo.

Chile VII. Dos conclusiones

Dos conclusiones sobre la Feria del libro
1-Los precios son carísimos: El librero de Océano nos agrega que se debe al IVA que en el mercado argentino no existe para los libros y a que carecen de sedes o casas centrales en Chile de las multinacionales donde puedan editar e imprimir los textos. Acá las multinacionales editan e imprimen fuera del país y, por eso, los libros pagan impuestos de importación, incluso los de literatura chilena.
2-Los lectores, por lo tanto, son pocos y con gran poder adquisitivo. Pensemos: un solo libro representa entre el 5 o el 10 % de un sueldo. Por eso la Feria es chica y hay tan poca gente en pleno Domingo (esto es parte del modelo que algunos sectores reivindican para Argentina).

Chile VI. De Feria

No era una librería lo del Mapocho. Entendí todo mal, como siempre. Y por suerte, ya que del error –como enseña Aira– no sólo puede salir un estilo, sino siempre la máxima, la auténtica experiencia. El lugar era la Feria Internacional del Libro de Santiago. Y cierra hoy. 2000 pesos chilenos la entrada –les digo: casi más caro que el pasaje en bus a Valparaíso, similar al funicular del Cerro a la Virgen, igual a un plato de comida chatarra y minúscula en el centro, un tercio de la estadía en el hostel. Pero estamos acá y pagamos.
Es un galpón a orillas del Mapocho que corre marrón desde la montaña bajo puentes y calles y sobre un lecho de lajas y rocas.
Entro. Entra. Entramos. Los stands superan los cincuenta; pero no son más de cien. La primera parte está conformada por una galería de producciones editoriales regionales de Chile. Luego, siguen dos secciones de librerías y editoriales nacionales y multinacionales, más un salón E al costado, con editoras de diferentes países. Por algún motivo, el pequeño stand de Argentina está en la puerta, fuera de los demás países. Los libros exhibidos son pocos y, la mayoría, de autores desconocidos. Es como si hubieran agarrado los libros que tenían a mano y iá, ¿cachai?
El espacio está estructurado en torno a un centro en el que se ubican las Grandes editoras, generalmente multinacionales. Mezcladas con librerías y espacios periféricos emergen sellos como LOM, RIL, Cuarto Propio y Animita cartonera –esta última dentro del stand de una librería en la que apenas exhibe tres ejemplares y una ficha de Excel impresa con la totalidad de los títulos publicados; a diferencia de Alfaguara o Planeta u Océano, que se armaron una librería de shopping en plena Feria. Pero las chiquitas son las que más me atren. Sin embargo, tengo que pasar por Alfaguara, ya que necesito material para la tesis –estos escritores latinoamericanos que no reparan tres segundos en los canales en los que publican; pero es comprensible, necesitan comer y los banco. Así que el Niño C se mete. Encuentra las superestrellas de la literatura chilena del pasado y del presente: Donoso y Fuguet. No sabe si en realidad quería encontrarlos o perderlos, porque gastar en ellos con tantas cosas buenas, puede ser terrible. A Donoso, lo tolera. ¡Pero Fuguet! Salvo los primeros libros, los demás… ¡Qué embole! No entiende qué le encontró Fogwill –aunque Sobredosis es uno de los mejores libros de cuentos de los ’90, eso sí hay que reconocerlo. ¿Habrá sido su pose de desestabilizador de valores artísticos-intelectuales? Tal vez. Pero con la performance que se mandó hace quince días en Rosario, más que provocador o desestabilizador, devino uno de esos tipos que no saben cómo ni por qué han caído en la literatura. Y esto aunque lo diga él, no es un personaje. Es lo más real de ese simulacro de escritor. Su realismo virtual no es suficiente para creer que compone una imagen de periodista que cae en la literatura de casualidad. No. Realmente se nota que es así. No hay algo –salvo en Sobredosis, insisto– que lo desborde por detrás, sino pura escritura para ser consumido en un mercado de lectores urbanos.
¡Encima los precios de estos libros! Pero bueno; es trabajo, y asume que necesita el material para poder ganar unos pesos que alimenten la Bestia. Y los compra. Por suerte, metió a Diamela Eltit y a Nadia en el combo chileno, sino sería penoso, insufrible. Pero además, Fuguet sirve para eso: para mostrar una articulación dependiente del mercado.
Ahora, el librero me dice que por la tarde, Alfonso Fernández –Albert Fuguet estará firmando ejemplares, que puedo venir, si quiero. F dice que él va a traer los libros. Lo conmino a que si se le ocurre semejante atrocidad, los pague él, así lo hago desestir de inmediato de esa maravillosa idea. Nada más patético que los expendedores de firmas en cada stand. En las multinacionales, por ejemplo. Allí, sí, miren, debajo de su gigantografía, vemos al premio Alfaguara de Novela chilena 2010, posando para una foto con un niño en las rodillas, mientras le firma un ejemplar a su madre. Rasgos de nativo exótico en le rostro, con pose de sonrisa intelectual y brazos cruzados en la foto, idéntica a la que Tinelli llevaba en su programa de TV. ¿Se acuerdan de esa de Tito, el guardaespaldas del impresentable Fort, a la que agarraba a las piñas al aire, simulando que él podía con un guardaespaldas? Yo quiero ser Tinelli y agarrar a patadas todas esas gigantografías espantosas. Pero es al pedo, no puedo ni podré nunca con estos expendedores de firmas. Por suerte nunca voy a estar en sus zapatos.
Borges decía que un libro, una vez editado, dejaba de ser de su autor y pasaba a la memoria de los lectores, de sus variaciones y de sus perversidades. Estos no lo deben haber leído o, tal vez, se jactan de desafiar semejante axioma y crean provocarlo insistiendo con marcar con su firma de pertenencia aquello que ya no les pertence. Por eso, el Niño C prefiere a los periféricos, como Nadia o Clemente, cuyos libros se esconden en la pila caóticamente poética de LOM, pero que obligan al lector a enfrentarse con un verso, siquiera, para ver si se llevan y emprenden o no el gasto para participar del juego de las perversidades.

Chile V. Las imposibilidades del desayuno

Recibo un mail de Nadia. Para que vaya al Mapocho por el metro a Bellas Artes. Allí debería haber una librería para encontrar algo de crítica y de literatura chilena contemporánea.
Pero antes de salir, el Niño C tiene que desayunar. Sin dudas. Desde ayer que apenas come galletitas y sándwiches por nuestra economía devaluada. Es que Chile es carísimo –luego me enteraré que lo es para los mismos chilenos: ganan entre 160.000 (los más) a 300.000 pesos chilenos (los menos); un pasaje en colectivo cuesta 300 (por lo tanto, son 4200 pesos por semana o 17000 al mes, considerando dos viajes al día; lo cual es el 10% del primer sueldo y el 5% del segundo), el descenso por un ascensor y viceversa 100 pesos, un libro 10.000 pesos, tres limones 500 pesos, una cuota en la universidad pública 13.000 pesos, una empanada 900 pesos, un plato de comida en un restaurant 5000 pesos, una gaseosa de litro y medio 1000 pesos y la comida es incomprable , peor que en Argentina, mucho peor.
Pero ahora hay que aprovechar. El Hostel está caro y no le dejo el desayuno ni loco. Baja al comedor. El aire de la mañana pasa con una correntada de ligustros y, ahí, al fondo, se despliegan las mesas circulares de cerámicos con pocillos colorinches y enormes y rodajas de pan lactal envueltas en servilletas. Ahora, mira las mermeladas rojas. ¿Frutos del bosque o frutillas? No sabe. Tampoco quiere saber, porque si algo conoce es que todos los dulces rojos le producen el vómito o casi el vómito. Como si fueran sangre espesa directo al estómago. Y soy cualquier cosa, menos vampiro. Aunque la crítica –esa profesión menor de la escritura literaria– es una especie de vampirismo, como dijo Rafael alguna vez. Pero esto no tiene nada que ver con literatura. Es un desayuno. Y se sienta con recelo.
Toma un saquito de té y unta tres tostadas con manteca –cien por ciento calorías a su cuerpo adelgazado y tiroideo. Sabe que no puede; pero va a comer lo mismo. Después hay tiempo para bajar de peso. Hasta ahora, ni el olor alérgico, ni la gelatina viscosa pudieron frenar el hambre. Hasta que acontece. Por el marco de la puerta, un hombre le pregunta a la Señora de la limpieza algo. La mujer está incómoda. Eso parece porque agacha la cabeza, se rasca o tapa la nariz, se lleva una mano a la boca. Ahora escucha. Le pide por una farmacia y la mujer responde algo que no llego a oír. Pero es suficiente. El tipo atraviesa, corta, rompe el aire del comedor. ¡No lo puedo creer! Manchas de mierda le marmolan el rostro, la panza, la ropa mugrienta y el olor, insoportable, se mete con la manteca y el pan lactal a la boca por la nariz.
El estómago revuelto. Más asco. A duras penas consigo tomar el té. Veo las manchitas de manteca flotando en el líquido y me acuerdo de las otras que todavía están en la percepción, pegadas a la percepción. ¿Será que vinimos a parar a un asilo de hombres de la calle? Es posible. Lo dije desde un principio. La sangre tira (naturalistamente). F ni se dio cuenta, nunca se da cuentas de las catástrofes que suceden a nuestro alrededor. Hasta que nos levantamos y, justo cuando salíamos, en el zaguán, quedamos encerrados, ahí, con el tipo que volvía bolsita en mano desde la farmacia. Al pasar, la mujer que viene a cerrarnos la puerta de calle hizo un gesto desesperado de arcada contenida. Y F largó la carcajada y el Niño C no pudo hacer más que imitarlo, con la geta fruncida.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Chile IV, La convención G

Después de descansar un poco, salimos por O'Higgins. El Niño C ha sido siempre de esos que sostienen que una ciudad se conoce caminando o si no, sólo se la atraviesa. Y meten primera. Estábamos cerca de La Moneda ya, cuando empezó a llegar la música. En golpes electro-tecno. De boliche.
F entró a un súper para comprar un sandwich. El Niño C se apoyó en espera contra el tapial del metro. Y comenzaron a aparecer. Eran bandadas enteras que entraban y salían del metro, del súper, de la esquina, que doblaban desde y hacia la plaza enfrente de La Moneda o hacia La Moneda. Eran Niños-Niñas y Niñas-Niños de todos los estilos, colores, peinados, bellezas, sensualidades, provocaciones, alturas y gestualidades. Y miraban. Lo miraban. Como buscando lo que no les dará. Histérico.
F mira desde la caja con los ojos enormes y la sonrisa de Monalisa. Sale. Me dice, en seco: -No encontré un sólo sandwich, pero las libélulas brotan de las baldosas.
-¡Qué cantidad! Debe haber algo -le digo.
Entonces, el Niño C ve grupos dispersos que aparecen blandiendo una banderita con los colores del arco iris y la estrellita blanca en un cuadro azul replicando la bandera de Chile gigante que se revuelca en al aire frente a La Moneda. ¡Pero esta es gay!
Caminamos hacia donde los grupos se vuelven hordas y ni bien llegamos a la Plaza, vemos, debajo de un edificio arco al que atraviesa una calle; sí, ahí, donde pasarían los autos y el edificio (enorme y cuadradamente militar) forma un marco, el Niño C y F ven un escenario sobre el que bailan como descosidas, una en cada punta, dos Niños-Niñas aladas casi en pelotas. En medio del escenario gigante, una transformista arenga la Horda que rebota en danzas metálicas con sus banderitas al viento. Y la música llena la muralla de edificios, los atraviesa y rebota en las montañas del Valle.
"Gay Parade" dice el cartel del escenario. Y se meten, el Niño C y F en medio de la muchedumbre. F me mira y agrega: -¡Pero qué cacho de convención! ¡Y estos convencionistas se vinieron en manada a participar del debate! ¿Darán certificados? ¿Dónde habrá que inscribirse?
Me río por la ocurrencia. Y pienso que sería una buena idea: una convención G donde , en lugar de buscar acuerdos sobre un problema, se participe bailando, tomando cervezas o piscos sours, besándose, revolcándose en los canteros de la calle. ¡Las cosas que se solucionarían! ¡El final de todas las guerras! Después de todo, no hay mejor forma de convenir más que con el cuerpo.
Si hasta el cuerpo social no puede eludir la fiesta: las Señoras, esposas de militares o de administrativos, que pasan con sus perritos y miran horrorizadas el espectáculo o los señores que aprovechan para reírse de lo que serían ellos mismos si no fueran tan reprimidos. De ahora en más, estamos en la convención y los participantes saturan el paisaje a los saltos, con movimientos rápidos y robóticos, cuadras y cuadras de música en la que se multiplican los escenarios en torno de una multitud que parecería liberada, aunque no.
El Niño C recuerda aquella vez en Copacabana, cerca de esta fecha, en la que se hizo una Gay Parade, a la que él confundió con la marcha del Orgullo gay -cualquiera: eso por no militar, por creerse uno más y nunca parte de una minoría gueto. Y fueron, aquella vez con Mariana, después de la playa. Esto es lo mismo, pero en Santiago y enfrente de los emblemas del poder chileno por excelencia: La Moneda y la bandera. Son las mismas Hordas, sólo que ahora con una estrellita chilena alterada por arco iris y rodeados de carabineros. Sí, los circundan por todos lados, hasta saturar de verde los colores múltiples. Tiesos con sus pistolas y con sus gestos despectivos. Tampoco hay camiones-escenarios como aquella vez; pero sí los camiones de los carabineros que parecen haber salido de una película de Terror. Mejor ni acercarse, a ver si te encierran adentro. ¡Ni loco!
Pero la gente es, incluso, la misma y diferente. Idénticos estilos, disfraces, vestidos, polleritas, colitas de colegialas, cuernitos de diablitos-diablitas, formas de bailar, gestos, obsenidades. Pero los rasgos, las pieles, las tonadas, las lenguas, los ojos (achinados), las banderas, los lugares, son otros. Es que en este mundo todo parece lo mismo y diferente, a cada paso, y el estilo gay, antes marginal, hoy se ha sumado a la onda neocivilizatoria de la globalización. Desde la perisferia impone un estilo global y acá estamos, mirando rostros, caminando cuadras y cuadras y recibendo insinuaciones, babas del deseo, como en casa; aunque no.
Sobre el final, el Niño C oye a la Transformista del escenario agradecer y reprochar a los carabineros. Por haberse comportado bien esta vuelta, aunque, dice, en el pasado hayan hecho tanto mal. Y la multitud de Niños-Niñas y de Niñas-Niños grita desenfrenadamente, mientras el pasado reciente de Chile se reactualiza para depurarse (democráticamente) en una Gay Parade global más; pero todavía con poder desestablizador y vibrante, a pesar de su notable alineación con la onda neocivilizatoria.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Chile III


Ahora, está en el hostel. Tirado en la cama con resortes notorios. Mira el techo y las paredes agrietadas y los parches con induido. Como queriendo tapar lo que no. Para él, es por el terremonto; son grietas, no desprendimientos de revoques. Y lo mira a F en la otra cama. Le comenta lo que piensa. La hipótesis es menos melodramática: es una casa vieja; no tiene nada que ver el terremoto. Hace un rato, mientras se metían con el omnibus al centro, antes, sí, justo antes de bajar y caminar por O'Higgins hacia acá, F también le había alterado sus hipótesis: -No hay villas, le decía el Niño C y F le respondía: -Acá, habría que ver en otro lado. La realidad es tan compleja, que no dudo en dudar. Al fin de cuentas, todo es posible y, tal vez, Chile no sea el paraíso que nos pintan desde TN. Como Brasil. Igual que Brasil. Los modelos de ciertos sectores.

Chile II


Abajo la Cordillera de los Andes. Como surcos profundos que salen hacia acá y el avión cada tanto entra en parches de vacío que lo chupan. Las alas oblícuas al costado, para que veamos el Aconcagua y apenas terminamos de pasar, allí enfrente, el aeropuerto. No se termina de cruzar los derrames de lava, tierra, verde y nieve, que ya estamos descendiendo sobre las pistas de Santiago. Los oídos, como siempre, hacen un ruido apretado y comprimido mientras la cabeza parece soportar, al límite, una presión a punto de explotarla. F habla con un chileno que le dibuja el primer mapa y le puntualiza el omnibus que tenemos que tomar. Centro Puerto. Transporte acorde a nuestros bolsillos devaluados, por menos de cuatro dólares. Hace calor. Mucho. Y vamos con todo por una autopista que nos mete, de a poco, en la ciudad.

Chile I

Sólo diré una cosa: Aerolíneas nos mareó. Así es el comienzo de este viaje. Primero, la empresa nos canceló el vuelo desde Rosario y nos dijo que no nos reintegraba nada, después contrató a Vans Travel, pero le dio una dirección equivocada, luego nos dijo que nos devolvía 58 insignificantes pesos, aunque cinco horas de viaje y sin dormir. Y hoy, recién, la gran noticia: Llegamos y no aparecíamos en el vuelo: nos habían cancelado el pago y reintegrado –a sesenta días- el dinero vía tarjeta de crédito.

Volvimos a cero; aunque no, la reserva se había conservado y tuvimos que pagar otra vez. Es el destino del Niño C. Ser usado por el sistema, estrujado, como a su padre en el campo, mientras cortaba con las manos cayadas la soja por la mitad del sueldo, desde las 5 de la mañana a las 7 de la tarde, porque su patrón le decía, desde su cuatro por cuatro, que estaba en problemas económicos; o como mi mamá, con las várices hinchadas y dolidas de limpiar pasillos de la Escuela. Es el destino de clase. He, perdón, ha comenzado a creer que, efectivamente, algo hay en la sangre o en la herencia o por la Moira prefijado, porque siempre le pasan estos imprevistos en pleno viaje. En Rio perdió las tarjetas de embarque y Lula casi lo deporta por confesar que ingresaba al país a estudiar y sin visado. Una demencia. Aunque también se llama incorporación de un hábito ajeno a su clase. Eso es en el fondo. Y mira el Boeing, en el que nunca viajó, conectarse por tubos traslúcidos a la mole de cemento que avanza bajo sus pies y arriba el cielo y sabe que va a estar allí y no importan los problemas: volará, volaré, como dice una canción.

viernes, 29 de octubre de 2010

AMOR Y POLÍTICA

A N Y C
A quienes volvimos a creer, a mis amigos k
Tomó la birome. Podía usar la pc. Pero no. Prefirió la sangre. Sujetando la tinta de los dedos. Seria. Había algo adentro. Tenía que escribir. Tiene que. Después de que anoche. Ahora. No. A la madrugada. ÉL. Se sentó en los bordes de la cama. Con la sensación del ahogo. Y le pidió. El beso que lo había salvado la otra vez. Pero justo cuando. ÉL se desplomó.
Ahora, las lágrimas. Interminables. Antes de caer la miró. Como cuando aquellas veces. Una, cuando le confesó. Lo inevitable para ambos. Eso que hoy. Te amo, le dijo entonces. Y después, la mirada fue la misma. Aunque en esas oportunidades, la abrazó cada vez que uno de sus hijos era. Y por último. Lo último que reactualiza. Le pasó un bastón y ELLA lo abrazó como si. Así fue la mirada que ahora también la mira. Mientras sostiene la birome. Y sabe que también. Hoy. Deberá responder con los hechos. A los hechos. Y redacta el duelo. Para que otro lo decrete con su firma. Y para que esa extraña unión peronista. El amor y la política. Arranquen la historia. De cero y hasta la victoria. Casi siempre.

domingo, 26 de septiembre de 2010

PERFIL - Para los que preguntan sobre El Festival (No hablaré más que por acá)


Si clickeás en mi perfil, está casi borrado. Nunca soy el que debe ser y, creo, eso determinará siempre la marginalidad de lo que hago. La percepción es clara. Se agudizó en el Festival, en la participación del Festival Internacional de Poesía. No tengo ni tendré jamás la capacidad para generar socialización; mi personalidad está vaciada, absorbida por la escritura, metida sólo en ella y hoy hace falta otra cosa. Siempre hizo falta otra cosa. Y yo soy de los insignificantes, de los que nunca llegarán a nada porque está fuera de todo. No puedo salir a buscar aplausos, no puedo hablar con quienes debería por la incapacidad pueblerina de la vergüenza o por la timidez que siempre paraliza, ni tampoco tengo, por lo menos no siempre, el humor televisivo y del espectáculo que hace falta para conseguir la adhesión del público (del lector como público) o llamar la atención de los editores. Si miro los Monstruos poéticos que participaron estos días del evento que, aún, no deja de fascinarme, percibo aún más mi insignificancia, mi pequeñez -reforzada por la de un cuerpo diminuto que apenas sobresale detrás de los micrófonos. De los Grandes, jamás me interesó ni me interesará llegar a la "cosa grande redonda"; nunca llegaré a ser el Monstruo Borges. De los Nuevos, no tengo ni tendré jamás la capacidad de contacto y de intercambios -corporales y poéticos- que saben construir como personajes o mega stars del espectáculo; por lo tanto, nunca llegaré ni seré la comparsa de Monstruos geniales que son Frank Baez o Wingston González o Gabi Bex o Washington Cucurto. Apenas soy una Bestia, bruta, salvaje, sin un poco de civilidad, sin capacidad de generar contactos; una Bestia que sólo satisface algo que el cuerpo demanda, que aparece como una puntada que requiere descargarse en la pantalla, en el teclado, en la punta de los dedos. Por lo tanto, imposible de integrar, siempre afuera, afuera de todo y de todos y con vergüenza, profunda, de su nimiedad, de su brutalismo. Incapaz, incluso, de hacer preguntas interesantes a su corpus vivo (Cucurto) por una especie de distancia que me gusta inventar y mantener para decir con libertad lo que me plazca en lo que leo de él y que no sea él quien condicione con ningún tipo de vínculo a la Bestia de la escritura. Tal vez, sea una Bestia del grupo de los grasitas -como definiera esta categoría poética y social alguien en una de las cenas- porque no se puede escapar de una clase social, siendo que la literatura es y seguirá siendo eso: una marca de lo que se atraviesa en la experiencia (y en buena medida esa categoría también la define a ella como una nueva Victoria Ocampo, sólo que ahora espectacularizada). A lo mejor, el hecho de ser local, pone límites a la necesidad de contacto que el hecho de ser extranjero implica por sí misma. Aunque tal vez ni siquiera sea eso; es lo más probable. Quizá haya sido lo que I. comentó: uno de los rosarinos de relleno a los que había que meter y que, por ahí, no tiene nada importante o hace porquerías -esto lo digo yo. Estoy casi convencido de lo último. Pero de todos modos, ese perfil que es fácil de reconocer y de comprender, no tiene nada de arbitrario, también lo alimento, porque es lo que permite que la Bestia siga descargando eso que aparece como una puntada, como en Rilke su soledad o en Inchauspe su autodestrucción. Y entonces, a pesar de todo, seguiré siendo la Bestia resistente y descargada en la pantalla, porque no se puede escapar de algo que es en el cuerpo. Todavía no hay cirugía.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Las preguntas del sueño

En el sueño, la má chupa la bombilla del mate y me dice: -Sin música no hay poesía. Y el pá, que tiene la cara del mate, guiña el ojo y agrega: -El trabajo con la imagen es fundamental. Los miro y les digo, mientras como una pepa de chocolate -intensa, dulce-: -Nunca les hice caso, ¿no pretenderán que lo haga ahora, no?. Y entonces, se miran y se ríen, cómplices, satisfechos. Basta esa sonrisa para que se me caiga "toda la estantería ideológica". ¿Y si en el fondo es lo que siempre esperaron de mí? ¿Que "no les haga caso"? ¿Si esto es así? ¿Entonces?

domingo, 29 de agosto de 2010

LA GALLINA, LA POLICÍA Y LA NAVE EXTRATERRESTRE: "PÁJAROS VOLANDO"

En Mimesis, Auerbach postula que existen o conviven dos tipos de realismo en la literatura occidental: uno más apegado a lo cotidiano y otro de carácter más abstracto e ideal. Tanto en uno como en el otro, sostiene, se produce, desde la antigüedad griega, una transgresión constante de los niveles aristotélicos que dividen la tragedia de la comedia, lo alto de lo bajo. Y ese elemento, la mezcla de estilos, es para él una operación que recorre -y define- todo el realismo.
¿Qué pasa cuando el humor se mezcla con lo "serio" y, en todo caso, cuando el humor se corroe a sí mismo para desandar lo cotidiano y, al mismo tiempo, al género del humor? Sucede Pájaros volando, la película del Director Néstor Montalbano, con las actuaciones de Diego Capussoto, Luis Luque, Verónica Llinás, Juan Carlos Mesa y Alejandra Flechtner, entre otros.
Pájaros volando descontractura lo cotidiano, entendido en un sentido casi cosmológico y de fauna social, para transformarlo en arte. Porque en ella asistimos a la invención de un universo paralelo, el de Las Pircas, donde el regionalismo se vuelve un clisé exacerbado a partir del cual revela un carácter de artificio vulgar - por ejemplo, cuando se introduce en el pueblo a un músico jujeño y se lo pone en el lugar de representante de los antiguas incas; pero ejecutando un ficus comprado en una feria de artesanos, cuyos nombres le son explicados. También, porque se trata de la deconstrucción del paisaje y de la cultura de Las Sierras cordobesas, puntualmente de Capilla del Monte, a través del paisaje alterado del Cerro El pajarito* que pende sobre el pueblo con la forma de una paloma de roca incrustada en la montaña y a través del uso de la cultura ovni, del hippismo, de la onda naturista o de los artesanos de la zona del Uritorco como formas de vida puestas en crisis a partir de sus propias morales insostenibles. Pero sobre todo porque, fundamentalmente, la película apela al uso de los pájaros que vuelan como una especie de pieza retórica que muta a lo largo de su transcurso para dar cuenta de la realidad (del género cómico y del presente).
Por un lado, "pájaros volando" es el título de una canción que fue un hit de Los limones verdes, ex-banda de José (Capussoto) y de Miguel (Luque) y que en el presente de la acción sostiene sólo el primero. Pero ese hit no sólo se trata de uno desconocido por la mayoría de los protagonistas, de donde se revela su carácter paradójico, sino que, además, en un diálogo central, Ruth (Llinás y mujer de Miguel en la ficción) le revela a José que la primera vez que oyó el tema le produjo asco y que es una mierda que la hizo vomitar, literalmente. El tema cifra de este modo un humor sobre la película misma, con la cual comparte el título; pero además describe por vía analógica el principio constructivo que anima y que le da todo el poder al film: reírse de la película de humor o, en otros términos, hacer humor del humor. De lo que se trata es de hacer delirar al código propio del humor cinematográfico como género. Porque todo se produce en un ambiente de profunda seriedad y de cotidiano; aunque del delirio. Pero además, porque la maestría del guionista y del director consiste en deconstruir los tips de las películas de humor popular mediante dos procedimientos. Por un lado, una puesta en distancia de sí misma mediante injertos de escenas absolutamente oníricas y fantásticas -excesivamente artificiales, alucinadas y desfachatadas- que se prolongan en la realidad de los protagonistas a tarvés de la alteración del paisaje (el gigantesco Cerro el pajarito) o de los estereotipos exacerbados que cada uno representa, resaltando, permanentemente, su carácter de artificio total, de plena construcción que no busca asemejarse o reproducir la realidad como tal, sino usarla para hacer un universo paralelo. De ahí que, a diferencia de las películas de humor popular, no hay pretensión de identificación con los personajes; sino puesta en distancia a partir de su sumersión en esa atmósfera artificial y, sin embargo, de ahí se produce la mayor identificación posible en tanto estereotipos sociales. Por el otro, y en relación directa con la insistencia de artificio, el guión tiene una lógica que recuerda las películas populares argentinas de los setenta, basadas en un argumento que se sostiene por la ruptura con la verosimilitud en los avances narrativos: la reaparición repentina de un primo lejano en un bar porteño sólo para decirle que se vaya a vivir a Las Pircas, la sucesiva desilución del protagonista con su vida en la ciudad y la imagen en la cabeza de las palabras del primo que lo llevan a emprender el viaje. De este modo, el humor se ríe del humor en todos los planos: de la película misma, del género y de las películas anteriores.
Por otro lado, todos los personajes son "pájaros volando" sobre sí mismos como aves de rapiña a la espera de una presa que, saben, pueden devenir ellas mismas en cualquier momento, porque siempre hay otro pájaro que los "monitorea"; aunque otras veces, también los acompaña en el vuelo. De esa "fauna" -son palabras de Ruth-, hay tres grandes pájaros que pueden o dejan entrever ese costado donde el humor se mezcla con lo serio en su máxima potencia: la gallina, la mujer policía y la nave espacial. Y aquí lo serio es político y crítica social.
Las gallinas son las presas preferidas de los cretones, los alienígenas que realizan abducciones en Las Pircas. Sobre el final, asistimos a la transformación de una gallina abducida en una especie de profeta a la que acuden toda la fauna turística para oír un mensaje. ¿Cuál es ese mensaje? Que todo está mal, que cada vez las cosas andan peor, que hay un desorden cósmico que nos va a conducir al fin y que debemos cambiar. El cacareo de la gallina que hipnotiza y extrae aplausos de la multitud de turistas, y la imagen de Victor Hugo morales, reflexionando seriamente sobre el acontecimiento, nos reenvían, directamente, al discruso catastrofita y político que en el presente satura los medios de comunicación. El Cacareo devenido discurso profético de la gallina introuduce mediante una fragmentación alegórica el discurso mediático del presente al que Ulrich Beck calificó como constitutivo de la sociedad de riesgo mundial; pero que, en Argentina, particularmente, está plagado de una resonancia política desestabilizadora aprovechada desde los órganos de poder.
La potencia de ese cacareo encuentra, además, en la película, un vaso comunicante perfecto con la mujer policía que busca y ve narcos colombianos por todos lados y que sospecha de José por poseer una remera con la bandera de ese país apenas llega al pueblo. Entonces, por un lado, se escenifica la xenofobia latente que, unida al discurso persecutorio sobre la inseguridad y el narcotráfico, permean la sociedad hasta conducirla a una paranoia persecutoria incluso en el pueblito más tranquilo de Las Sierras. De este modo, el cacareo profético y catastrofista de la gallina actúa en la mujer policía y en sus alucinados llamados telefónicos con una autoridad policíaca superior a la que le pasa informes sobre el desastre en que se ha convertido Las Pircas y las imposibilidades de agarrar a los narcos que siempre se le escapan, descuidando, a veces, el peligro que habita en su propia familia cuando el hijo le apunta con una pistola. La mujer policía es siempre un ave de casa que se muere de hambre y que deviene, lamentablemente, víctima de su mirada perdida.
Si la sociedad está permeada por los discursos de la catástrofe -incluso uno de los personajes a punto de ser abducido llega a gritar: "sáquenme de este país de mierda"-, también poseen su esperanza: la nave extraterrestre. En ella se proyectan las fantasías más inverosímiles sobre la posibilidad de viaje intergalácticos, desde reminiscencias infantiles a la figura de la madre o a juguetes hasta la imagen de Perón que los saluda desde el balcón. Hay en esa proyección utópica de cambio, de comienzo de una vida plena, una imagen del desencanto** de la propia humanidad sobre sus posibilidades en la que la película insiste permanentemente a través de la violencia que subyace al humor delirante y a través de la imagen esperanzadora de una nave foránea a la humanidad misma que los lleve.
Esos pájaros volando son, así, uno de los avatares más en la cadena del realismo abstracto que Auerbach piensa en Mimesis y que no temo vincular con algunos aspectos cómico-serios y corporales-espirituales que aparecen en Rabelais. Sólo que en este caso lo cómico corroe lo serio, al humor mismo y a todos los discursos sociales del presente.
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*La primera vez que fuimos a Capilla del Monte, me asombré de ver cómo de una roca insignificante pulida por la erosión eólica con formas medianamente claras -el zapato, el cóndor, etc- se instalaba un circuito turístico alredor. La exacerbación del "Cerro el pajarito" en el paisaje de Pájaros volando es una exacerbación simbólica que reproduce la turística.
** El desencanto también recae sobre el discurso político. En un momento del filme, José debe comprar los pasajes a Las Pircas; pero la empresa de ómnibus no tiene idea de dónde queda el lugar y no realiza viajes al mismo. Entonces, aparece Cafiero en rol de dueño de la empresa y comienza a dar una promesa política asumiendo que "ellos están para solucionarle los problemas a la gente". La burla estalla cuando, luego de buscar el mapa y consultar las rutas de viaje, le comunica que lo va a dejar en un trayecto del camino que no está seguro de si queda a 8, 10 o 50 km de Las Pircas. En esa introducción de Cafiero la película parodia el accionar de la política -y peronista fundamentalmente- que se acerca siempre a las soluciones; pero que nunca logra concretarlas, porque todo proyecto político es en sí mismo irrealizable. Pero también es cierto que allí se corroe la imagen de la política del presente, dando lugar, otra vez, para que aflore un desencanto por debajo de los moldes del humor.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Nosotros fuimos unos chicos débiles. Sobre la Revista Educación Cero

Educación Cero es una revista anual de alumnos de secundario de la ciudad de Leones, cuyo origen estuvo asociado a cuarto año humanidades, promoción 1999.

Los recuerdos son una reconstrucción. Por lo tanto, intentaré o, al menos, pretenderé re-armar algunos sentidos y escenas asociadas a ese nombre, lo que no implica, en modo alguno, acercarme a la realidad o a la verdad de lo acontecido, sino todo lo contrario: usar esas escenas y sentidos para hacer algo con ellos. Volver a construirlos.
En principio, la revista Educación Cero había surgido como propuesta de trabajo final de cuarto año, ya que se pensaba que la formación de comunicación social debía pasar por una etapa gráfica en cuarto, radial en quinto y televisiva en sexto. Creo que el proyecto surgió de Julio; pero también me acuerdo de que por esos años formulaban los contenidos en trabajo interdisciplinario con lengua, metodología de la investigación y trabajo social, por lo cual es posible que haya surgido de ese trabajo en cooperación. Y esto era así al punto de que algunos de los artículos fueron consecuencia de un trabajo en algunas de esas materias -si no recuerdo mal, lo cual, en definitiva, es una forma de recordar bien, un grupo trabajamos sobre el tema de los jóvenes y el alcohol en "Trabajo social" con Carina. Respecto del nombre, se habían propuesto varios y se votó en el pizarrón ése. Tiendo a atribuir el mismo a Mariana Valinotti, a Carla Pandolfi y a Julio. Alguno de ellos, me parece, lo había propuesto. En principio, ganó ese nombre porque condensaba sentidos opuestos entre sí. Por un lado, educación cero implicaba un lugar de inicio, de arranque, que era lo que definía a nuestra generación: éramos los primeros que pasaron de primero a tercer año y estaban también los primeros que pasaron con nosotros de sexto a primero y de séptimo a segundo, éramos los primeros que cursaban el polimodal y, por lo tanto, los primeros con los que se experimentaba la nueva ley de educación menemista en todas sus etapas.
Ahora bien, decía que, de alguna manera, esa dirección de sentido que se le dio institucionalmente al nombre de la revista desde la portada, en la cual se reproducía la evolución humana, indicando o remarcando la idea de inicio de una transformación, escondía en el fondo lo que muchos analistas de la cultura denominan las tretas del débil. Generalmente esta categoría se emplea para los escritores o intelectuales latinoamericanos que, tras el maquillaje del disurso del poder, en realidad, están atacándolo a través de un uso de diferentes estrategias.
Porque para nosotros, los débiles conejitos de indias, como nos llamábamos, el cambio era entendido como un gran experimento al que criticábamos mucho, sobre todo porque había problemas en la implementación y en los contenidos. Dos recuerdos asociados a esto para que se comprenda. El primero es que dimos tres años seguidos -desde tercero a quinto- los mismos contenidos de historia: la revolución industrial (creo que salimos especialistas en el tema) y descuidamos los contenidos de la historia argentina y de las demás revoluciones. Es llamativo, a la distancia, pienso ahora, que en plena década menemista, desde los contenidos curriculares, que llegaban desde la Nación y desde la Provincia, se centrara tanto la atención en una revolución económica y se haya minimizado o directamente descartado la importancia de las revoluciones políticas como la Francesa o la de Mayo. Digo, es llamativo porque en la época del imperio de la economía se priorizó el estudio sólo de una revolución económico-tecnológica, como si hubiera un entramado perfecto entre el proyecto educativo y el de país y político. Nosotros estábamos re podridos de ver siempre lo mismo y entendíamos que así la educación que recibíamos era cero.
El segundo recuerdo es que durante esos años tuvimos que evaluar el proyecto polimodal y las críticas ácidas que vertimos sobre algunos aspectos, nos hicieron entrar en graves conflictos con las autoridades que nos increperaron sumamente enojados. Por lo tanto, quiero decir con esto que el nombre "educación cero" en una especie de jerga secreta que manejábamos, indicaba todo lo contrario de la idea que desde la portada e institucionalmente se puso finalmente en juego. Educación cero era para nosotros -y esta es una imagen casi textual de nuestras conversaciones también- una forma de abrirnos paso a machetazos entre los matorrales y en una dirección que no sabíamos bien cuál era; mejor dicho, como si desde el punto cero de la educación no fuéramos más que al cero dentro de una jungla cuyos matorrales se volvían, a veces, imposibles de cortar.
Con lo cual, detrás del nombre, aparentemente institucionalizado y positivo de la revista, a través de las tretas de los débiles conejitos con machetes entre la maleza de lo institucional, esgrimimos e impusimos una idea crítica de la política educativa camuflada en la ambigüedad del nombre. Nuestra generación sufrió y fue consciente de que los cambios de la reforma educativa no eran buenos. El nombre de esa revista; mejor dicho, la historia de ese nombre da cuenta de un estado de la educación en plena época menemista a partir del cual intentamos, desde nuestras imposibilidades, dejar siquiera un signo de lo que estaba ocurriendo. De modo que nosotros, adolescentes en aquel entonces, y algunos docentes como Julio o María Isabel, o Marta Costa, o Ana Nardi, entre muchos que no puedo nombrar, tratamos siquiera de generar un punto de incertidumbre. Al respecto, no es un dato menor que también fue nuestro curso el que organizó en Leones la manifestación en contra de las privatizaciones de las universidades que se había propuesto como proyecto para recortar el gasto público, condenando a quienes no podíamos pagar una cuota en una privada a dejarnos sin el derecho a la educación universitaria. Nuestro curso se movilizó por la ciudad y movilizó a otros cursos, incluso de la IPEM: hasta intentamos cortar la ruta -de lo que fuimos disuadidos por la policía- en protesta contra el proyecto que veíamos ya como la culminación de vaciado de la educación que -aunque con problemas serios que advertíamos- era lo único que teníamos y de una gran calidad, fuera de alguna excepciones como las que narré. Educación cero es, en la distancia, parte de esa historia pequeña anudada a los avatares de la Historia. Y fuimos protagonistas.

Saludos a todos/as.
El Niño C.

martes, 8 de junio de 2010

ANO LIBERADO. LA CHICA PUNK-DARK REBELDE


La cosa arranca cuando el Niño C abre facebook y ve el mensajito de la Niña I: ¡A ESCASOS MOMENTOS DE LA PRESENTACIÓN DE EL MANAGEMENT ENVILECE EL MUNDO! Y entonces, comienza la desesperación. Recuerda que desde hace dos semanas, mínimo, tiene pensado ir a ver qué hizo esta vez I. Y ya no sabe cómo llegar. Son las ocho menos diez y la presentación es las ocho. El Niño F ni siquiera se metió a bañar todavía y, justo cuando atravesaba el umbral del comedor al baño, lo conmina: apuráte porque tenemos que ir ya a la presentación del libro de Irina. F lo mira. Por lo bestial que insinúan sus movimientos de orangután encerrado. ¿Pero a qué hora es? Le pregunta. Ahora, respondo. Vos estás loco. Dice F. Tal vez, pero no vamos a hacer psicoanálisis ahora, báñate rápido que, por lo menos, con suerte, llego a comprar el libro.
Y entonces, mientras F se baña, C agarra el celular y manda un mensaje a Picopá, que seguro ya debe estar allá, habla consigo mismo, para que lo esperen, por lo menos, si todo termina rápido. Pero Picopá le responde que recién está saliendo, así que estamos iguales. Se tranquiliza. Siempre es reconfortable no sentirse la única Bestia en el mundo. Por suerte.
Y ya lo vemos a toda marcha por la calle. F la cabeza mojada, él con sus tics de autista haciendo movimientos de Niño especial con los dedos de la mano. Como descargando una enfermedad psiquiátrica, una patología latente que espera salir en cualquier momento para volverse real. Cruzan el Cruce Alberdi, semáforos, autos, la Estación Rosario Norte, a Olmedo sentado en el banquito de la Pichincha, El Boulevard Oroño y estacionan. Suben las escaleras del Centro cultural. Salta 1859. Mármoles por los que baja la voz de un hombre que dice algo todavía incomprensible. Y allá adelante, el gheto poético: Picopá, Gilda, La Niña I sentada en una mesa-atril con manteles pop-vintage de frutas y de flores estridentes y, a su costado, la sonrisa de alguien cuyo rostro y nombre, todavía, parecen difusos, demasiado estereotipados: una punk, sí, una punk-dark más.
Era la primera vez que la veía andar en el gheto. Esta debe ser de Buenos Aires, una de las poetas que formaban parte de la selección de la editorial Clase Turista. Seguro. Todavía no sabía, no, que era Ano liberado. No, porque aún no se había definido como tal, no había hecho evidente su identidad más que detrás de la tipología común y retrillada de la chica punk-dark-torta. En eso era EL ESTEREOTIPO. Cuasi airano.
No sabe cómo; pero todavía no leyeron. En realidad, sabe. Si algo aprendió del gheto poético-letrado es que siempre empiezan con sus shows una hora más tarde de lo estipulado en sus convocatorias. Lo cual es, al fin de cuentas, algo absolutamente positivo para los especímenes como él que siempre llegan tarde a todos lados. En realidad, pienso, debemos ser así los del gheto en general. Todos. Ya sé, no está bien generalizar a partir de lo personal. Pero en esta época estamos más allá del bien y del mal. Y por ende.
Ahora entiende lo que decía la voz desde abajo. Y la identifica. Es un editor sexi-gay que aprieta botoncitos y señala una proyección. Un clip de “Secretaria ejecutiva”. Melanie Griffit en la bicicleta. O Melanie que lleva un portafolio. Primeros planos de lágrimas y de risa. Su saquito. Su camisita blanca. Su equipo deportivo. Y las zapatillas. Edificios y ambientes pre-minimalistas. Y dinero. Y más y más. Música. Electrónica. En la pared. FIN.
El editor reflexiona en torno del envilecimiento que el mundo de los negocios impulsa sobre el planeta, cómo copta la libertad de los cuerpos y hace que hegemónicamente el universo gire con su lógica, que hasta la pobre chica de barrio deba renunciar o negociar con su identidad para devenir la presidenta de la empresa de Manhattan. La chica Punk-dark repite idéntico epíteto tras cada reflexión del editor: horroroso (o su sustantivo “un horror”). Pero por suerte están los héroes: ellos, que vienen a hacer otra cosa en el mundo: editar poesía. ¿Otra cosa? Todos sospechábamos que sí, hasta que, como debía ser, la Niña I irrumpe con su marginalidad dulce y señala. Los señala, hasta dejarlos demodé en la pose denegatoria revolucionaria que busca sostener un margen paradójico, porque está en el centro de su propia actividad como un poder oculto consagratorio que hegemoniza los discursos de sus prácticas. El capitalismo es malo, escribamos poesía o, en su defecto, el dinero no tiene nada que ver con nosotros, nosotros somos más buenos y mejores por naturaleza que la lógica de cualquier empresa o que la lógica económica. Dicen sin decir, entre líneas, los editores y el coro punk-dark.
I hace evidente la moral que los sostiene. Y sólo dice que también es cierto que la escena en que Melanie se pone los zapatillas, después de sacarse los zapatos, para hacer gimnasia, o viceversa, a ella le pareció increíble, que siempre le hubiera gustado tener esos zapatos, por ejemplo, ¿no?, porque hay algo en esos fetiches del capitalismo que también fascina y hasta, quizá, nos activa el deseo en una especie de agenciamiento –tal vez perverso y hasta decidido por un poder, pero, acaso, ¿no se puede producir poesía con eso? Mi poesía está llena de esos fectiches–. La chica punk-dark vuelve a afirmar que le parece un horror esa película y cruza miradas con un adolescente de calzoncillos colgantes, cómplices, como diciendo, o preguntando, qué está diciendo ésta.
Y yo les respondo –en silencio– está poniendo las cosas en su lugar, provocando, haciendo lo que hay que hacer en estos lugares donde el pensamiento común y homogéneo también circula como en cualquier lado y que, aunque sea alternativo, no deja de ser una doxa que les hace participar también de la contra-hegemonía de un poder siniestro, que deniega el dinero, pero que no prescinde de él, como por ejemplo, en esos cartelitos que dicen que la selección poética cuesta 30 pesos, en una exposición publicitaria y convencional que sostiene toda presentación. Es también la misma contra-hegemonía que dice que el dinero - o todo lo relacionado, una empresa o el management, por ejemplo- son demonios corruptores y que, por lo tanto, carecen de importancia. Pero pareciera que la tienen, ¿no?, porque la mayoría de la literatura no fue producida por esclavos, o siervos, u obreros, o villeros, sino por quienes detentaron el poder del dinero o, mejor dicho, quienes tenían o se hicieron el dinero suficiente para producirla. Un management de escritores, si se quiere, que denegó lo económico porque no careció de ello y que, de esa manera, se apropió del capital y de la producción simbólica, escondiendo, por pura modestia material, la cruenta realidad de la cultura: su dependencia -en mayor o menor grado, dependiendo de los casos- y necesidad de la economía. ¿Será este el caso y la Niña I pone las cosas en orden? ¿Será que los editores y la chica Punk-Dark pueden dedicarse a la literatura porque no carecen de los medios para hacerlo y llegan a este tipo de afirmaciones? ¿O será que están adhiriendo, sin saberlo, a esa lógica de los escritores adinerados o aristócratas? ¿Contribuirán, así, a que la literatura siga sin valor económico visible y, por lo tanto, a que la sigan produciendo sólo quienes pueden?
Digo, porque ahora la Chica Punk-Dark paga sin problemas el vino y los canelones que le pidió al mozo en el restaurante, después de haber aclarado que ella odia trabajar y que reniega de la economía. Así es; nunca tuvo un trabajo formal, porque sufre mucho mucho en esos lugares de infierno –¿De dónde sacará el dinero la chica punk-dark? o, peor aún, si reniega de la economía, ¿cómo es que sigue usando el dinero?
Y cuenta, con placer, intenso placer, que se robó todo de bronca del único laburo que tuvo, por desprecio al Jefe y a sus compañeros nefastos. Unas tazas de porcelana y no sé qué más, o no me acuerdo. No entiende cómo hacen los demás para sostener semejante martirio. ¿Será que para los demás no lo es? Pero ella era una chica rebelde que no, no iba a aceptar semejantes condiciones del mundo. Sobre todo considerando su nombre. Porque en este mismo restaurante es donde nos acaba de revelar su verdadero nombre, su escape al estereotipo o, no, mejor dicho, el lugar en que el estereotipo muestra su Bestia interna. Sí. Ha llegado el momento crucial en que se define el destino de una vida. Como en los textos borgeanos. Ella es Ano liberado. Ustedes nunca entienden nada. Como si no hubieran participado de la experiencia. Está bien, está bien, ahora les aclaro las cosas.
Resulta que estábamos con los dos Niños F, con Picopá y con La Niña I a punto de tomar los menús con las manos. Y escuchamos la primera manifestación. La chica Punk-Dark (Ano liberado latente) le pregunta al mozo si tiene algo que no posea animales torturados y muertos. Me miran todos. Al unísono. Agacho la cabeza. No quiero decir que siento que Lisa Simpson es real; pero estoy a punto de hacerlo. Aunque no. Alguien me patea por debajo. Fuerte. Me hago el boludo. El Niño C le pasa la carta a Picopá y dice que para él está bien una milanesa napolitana con fritas. Sabe que la Punk-Dark debe estar revolviéndose del asco. Hasta que entienda que no es asco, que ni siquiera es eso lo que está detrás de todo. Como en cualquier moral, siempre hay una doxa, una hegemonía discursiva que impulsa los actos.
Y ahí la explica. Solita. No entiendo cómo los putos están pidiendo por el matrimonio. El matrimonio. Con lo que dijo Foucault sobre él, yo no entiendo cómo siguen sosteniendo eso. Pidiendo eso después de Foucault y de Perlongher. Ya él decía que la sociedad debía liberar el ano y estos se quieren casar. Así nació Ano Liberado. En pleno éxtasis de sus palabras. La mirábamos atónitos. En el autoritarismo de sus frases y en la lectura a contrapelo de Perlongher y de Foucault o, mejor dicho, en la doxa de autoridad en la que se apoyaba para sostener sus actos. Porque siguió abundando en la necesidad de que la sociedad se libere sexualmente de una vez por todas, en la necesidad de una revolución anárquico-social que nos libere hasta volvernos agenciadores de nuestros deseos –sexuales– ad-infinitum. Sin meta y sin matrimonio que nos ate al Estado. Todos tienen que liberar sus anos. Como ella, que le gusta todo y de todo y que organiza fiestas pornos en su casa o que sostiene un blog bajo la consigna de Buttler que, a su vez, vuelve a citar a Foucault, pretendiendo que sólo nos puede salvar una pornología. Hacer lo que ella hace. Eso. ¿Adecuar sus actos a una consigna de otros? No, pavos, además de eso, que a todos nos empiece a gustar todo. Los dildos, las cremas, la vagina, los penes y, sobre todo, cualquier cosa que entre por el ano.
Ahora era evidente. No. No usa la teoría de los otros para hacer la suya. Se adhiere a la literalidad de las consignas de los otros. De ahí que liberar el ano, esa consigna que atribuye a Perlongher, sea, para ella, y a pesar del barroso donde todos los sentidos están entremezclados, es, para Ano Liberado, literal. Toda la sociedad, para merecer su respeto, el respeto de quien sí cumple la ley de Perolongher o de Foucault, la doxa moral de la liberación sexual y que, por lo tanto, es la Verdad, lo mejor, lo correcto, toda la sociedad debe liberar el ano, sin ataduras. ¿Y por qué? Que cada uno haga lo que quiera y que no lo jodan o que le garanticen el acceso –si quiere– a los mismos derechos y no que se pliegue al autoritarismo de la doxa de Ano Liberado. Porque así se vuelve tan autoritaria y dogmática como quienes pretenden que a todos les guste el sexo opuesto. Le digo a los chicos, en la esquina, mientras emprendemos el regreso. Divertidos, cada uno a su manera con las pseudo verdades con que Ano Liberado pretendía sostenerse.
Para ella, por el pelo corto, o por cómo estaba vestida, cualquier gesto, como dar vuelta un vaso, es provocador si lo hace. Es re contra fácil provocar siendo como es, dice. Para no darle la razón, no discutimos, ni le decimos nada. No sea que crea que está provocándonos. Y nos reímos. Porque se cree especial, anómala, rara y no es más que una chica punk-dark más o una adherente a frases –y experiencias- teóricas ajenas o a discursos aristocráticos -y pacatos- sobre la relación arte-mercado. Pobre Ano Liberado. La provocación fue la de la Niña I que, anómala al discurso hegemónico del gheto, supo cómo generar miradas cómplices entre Ano liberado y el adolescente o la cara colorada de los editores. Ella sólo nos hizo reír por un rato. Por su inocencia. O por sus pretensiones despóticas, a pesar de sus propósitos libertarios. A mí, me encantó como estereotipo narrativo.

PD: Camino a casa, devoré El mangement envilece el mundo. A pesar del título y de Ano liberado, el libro es una de las más auténticas experiencias de lectura del presente. Porque abre lo cotidiano en cada verso como material privilegiado para inventar imágenes para nada cotidianas, extrañadas, en las tres propuestas de las escritoras que componen la selección. Se trata de un lenguaje nuevo, que recupera y avanza en la frescura –inocente, bestial o incierta– del mundo contemporáneo de mujeres que rompen los moldes de la lengua, de la moral o de sus roles. De esa manera, amplían nuestras posibilidades de percepción, haciéndonos partícipes de imágenes que se queman en la lectura como chispazos de fuegos artificiales ramificados en el cenit de la imaginación.

jueves, 25 de marzo de 2010

Ser un cornudo consciente, pienso, debe tener sus ventajas. Una: que uno puede elegir o no seguir con la persona que le mete los cuernos; la decisión es absolutamente personal en este caso y, por lo tanto, se es libre plenamente. Dos: la aventura puede llevar a descubrimientos tan sospechados que la evidencia resulta redundante. Tres: que en este mundo de computadores y de celulares, siempre el descubrimiento acontece y, por lo tanto, la consciencia es inevitable. Cuatro: que uno llega a conocer al otro tan profundo que sus mentiras resultan absurdas.
Ser un cornudo consciente, claro, pienso, también debe tener sus desventajas. Una: creer que siempre que el otro no está, está con el otro o con la otra y, en este caso, tocar la obsesión. Dos: Sentirse irremediablemente responsable de ser lo que se es. Tres: Sentirse un idiota ante la mentira. Cuatro: No poder dormir ante el filo de la decisión y de la indefensión que produce la posibilidad de que el otro te cambie como a un celular en el mercado del sexo.

sábado, 20 de marzo de 2010

OTRAS NOTAS INTRANQUILAS

V. La Víctima construye su Victimario hasta volverlo real; pero a esa realidad que configura la proyecta en un espejo invertido donde el reflejo del Victimario es el propio.
La Víctima-Oposición postula un Gobierno-Victimario plagado de irregularidades y que busca, por todos los medios, detentar y contener el poder hasta su exceso, hasta la desproporción, en una suerte de malicia que abre reminiscencias del trauma de los '70.
La Víctima-Gobierno sostiene una Oposición-Victimaria que se planta en frente como obstáculo insoslayable al cual no se puede sortear por fuerza de número, como si ahí, en ese número, se ocultara una verdad política que puja por sobre-imponer en el plano de la acción una oikonomía paralizante que regula cualquier fuerza por fuera de la mathesis, de la forma pura, que no es otra que la del trauma de los '90.
La Víctima-Medios postula un Gobierno-Victimario que sumerge en el caos al país, al borde del colapso, y que, en esa manía, se lleva por delante cualquier intento de frenarlo. Pero también, últimamente, La Víctima-Medios muestra una Oposición-Victimaria que detenta mentirosamente una unidad como trinchera sin quiebres, la cual llega hasta el fracaso y hasta la actitud destituyente en las puertas del oficialismo, reproduciendo o produciendo las mismas tácticas.
Y el Gobierno-Víctima describe a los Medios-Victimarios como manipuladores de la mentalidad social, como súper-poder que instala en lo real la imaginería de la catástrofe, llevándola al límite, a su propia desestabilización demónica.
La Gente-Víctima opina y esgrime como episteme la inseguridad y el caos del territorio, la inestabilidad creciente a la que es sometida por un Gobierno-Victimario-Mujer al que no soporta y al/la que le teme en la inminencia del trauma. Pero también se cree subyugada por un juego de poder donde los Héroes-Victimarios de la oposición y de las pantallas no pueden redimirlos por inoperancia y por apelación a los mismos recursos que le recriminan al demonio del oficialismo.
La Víctima-Gobierno plantea un Victimario-pueblo de cuatros por cuatros y de medio pelo que se queja en pleno crecimiento por mero contagio mediático, como idiota sin capacidad de percepción. Y la Víctima-Medios y la Víctima-Oposición apelan al idiota que no se da cuenta para que se dé cuenta, construyéndolo en vidente de una verdad que parece absoluta y unívoca, real.
Y las Víctimas, de uno y de otro lado, devienen reversibles Victimarios que avanzan sobre la realidad, configurándola en una nueva guerra de lenguajes, ahora en el imperio de la información, que somete el resto a la duda incesante, sin resolución; aunque plagada de simpatías irracionales que despliegan autoritarismos múltiples.

VI. Los lenguajes de las Víctimas, partidos entre la palabra-acción y el número-acción, entre el Estado y el Mercado, otra vez, imparten modelos:
-Chile y Brasil, en los que no importa la pobreza que supera, con creces, la mathesis argentina, no. Importa el bienestar que atribuyen a las clases acomodadas beneficiadas por políticas que eluden el carácter social o lo mixturan con la hegemonía del mercado y de su apertura comercial.
-Del otro lado, también, Argentina es su propio modelo por mantener las tasas de crecimiento en plena crisis con una política social y de obra pública, de acuerdo a los números desprestigiados del oficialismo.
Algo debe haber cambiado para que sea evidente la preeminencia de Latinoamérica como modelo (algo que no ocurre en la discusión parlamentarismo-presidencialismo, por supuesto). Algo inusitado en la cultura Argentina de corte europeísta .
Pero esos modelos latinoamericanos están ahí como significantes que devienen islas paradisíacas o realizaciones utópicas del mundo perfecto. Algo tiene que haber pasado, una especie de decepción histórica en relación a Europa para que ello ocurra. Pero, al mismo tiempo, es postura es constitutiva-constuida en el presente, donde un optimismo en lo local no escapa de las fragmentaciones que la homogeneidad de lo global genera, acortando la perspectiva, a medida que desarrolla su nueva expansión civilizatoria de otro ciclo del capital.

VII. Y, sin embargo, no podemos dejar de descreer de la mathesis-número-acción por sobre la palabra-acción, por simple experiencia histórica. Y la Víctima Oposición-Medios se cuida de emitir su obviedad en acuerdo con la práctica oikonomica (escondida en la pluralidad y en la independencia como táctica de maquillaje de Víctima. Igual que el Gobierno maquila sus injustificables y sucios gastos electorales, así como sus pagos de deuda a Instituciones neoliberales (aunque, y en el primer caso, habría que analizar la necesidad de Norteamérica de desprestigiar aún más a Chávez –vía el cuerpo perdonado y funcional de Antonini Wilson– para asustar con su avance posible en los liderazgos latinoamericanos a los que les teme como al hombre de la bolsa)).

martes, 16 de marzo de 2010

CUATRO NOTAS INTRANQUILAS


I. En un seminario de epistemología de las Ciencias Sociales, la profesora aseguró que no hay que creer en la inocencia de la gente en el momento de elegir una opción política. Es insostenible, de esta manera, una teoría de la manipulación mediática según la cual los medios de comunicación actúan sobre la gente y la obligan a hacer cosas sin elección. Algo tiene que haber para que la gente adhiera a la consigna mediática.
Obvio que la hipótesis, así arrojada, no iba a pasar o a penetrar en mi cabeza sin apelación. No sé, no logro comprender a qué apunta –le dije–, tal vez por cómo está formulada la afirmación, a qué apunta ese “algo” que, según usted, debe haber. Resuena mucho al por algo será o, en todo caso, digo, a qué específicamente se refiere. Entonces, la profesora lo miró desconcertada al Niño C que le clavaba los colmillos imaginarios en la yugular, tratando de contener su violencia originaria.
Claro –comenzó a desarrollar–, ese algo, no debe entenderse como que lo que subyace en la adhesión popular es la realidad, sino “lo real” en un sentido lacaniano; es decir, un trauma que hace evidente la imposibilidad de dar cuenta de lo que pasó, la imposibilidad de dar cuenta de la realidad; pero que, sin embargo, demuestra todo su dolor.
Ahora sí, ahora, me decía entre dientes, se comprende hacia adónde apunta. Yo no les creo nada a ninguno de los que está en el Senado. Allí, cada uno recompone la realidad como lenguaje y la transforma de acuerdo a sus intereses políticos. Es más, sostuvo la profesora, desde mi punto de vista, lo que sucede allí es muy grave, tantos unos como otros han perdido la perspectiva epistemológica; es decir, el consenso que da origen a la verdad y han desatado una lucha por una simple cuota de poder, no por esas palabras abstractas con las que se llenan la boca, como “Patria”, “Pueblo” y demás.
Porque la verdad no es nada más que eso: un acuerdo entre partes y, de esta manera, la han roto y desatado un conflicto que, en nuestro país, responde más a un esquema histórico cíclico, como si hubiera una consciencia cultural que nos interpelara y que nos obligara a repetir el mismo comportamiento según el cual hay que identificar un adversario y destruirlo, borrarlo del mapa.
Es gravísimo lo que pasa, lo que estamos haciendo, todos, desde la dirigencia política hasta nosotros, sentados impasibles frente al televisor del show político –proseguía el monólogo de la profesora. Un televisor que, es cierto, está mostrando también todo su poder, apelando a ese trauma en pos de sus intereses o, mejor dicho, explotando al máximo ese trauma para tener rating o evitar la regulación estatal en materia mediática. Y algo de morbo hay, algo oscuro nos despierta, porque no podemos despegar la mirada del ring televisivo, con un placer insano en la sonrisa de Gioconda o en la indignación mediática que buscamos, sistemáticamente, todos los días para satisfacernos.

II. Si el trauma determina lo real, es porque ha coagulado en experiencia y, ahora, lejos de ser la literatura o el arte los canales en los cuales la misma se evidencia, parecería que el lugar hegemónico son los medios, librados a una guerra de la información opositora/oficialista que de-construye todo tipo de valor en pos de aplastar al adversario. Y en esa guerra, es claro que la víctima y el victimario tienen el mismo estatus, a veces, hasta volverse indescifrables.
Porque si los señores del campo construyeron su miserabilismo exacerbado, imponiéndose como pobres y marginados por el Estado, si Carrió dice que estamos en estado de excepción y nadie reacciona ante semejante barbaridad, si Alfonsín se muere y todos los que no lo querían pasan a quererlo, si un vicepresidente se da el lujo de traicionar el espacio dentro del cual fue votado y se lo acepta, si el gobierno de los Kirchner no puede –porque no lo dejan y porque no tienen la suficiente cintura– llevar a cabo su plan de Gobierno, si la oposición no legisla, sino que se contenta con imponer sus “no” a los proyectos que dicta el ejecutivo, si el país se estanca, cada vez más en medio de la guerra de estos frentes, no sabemos o no podemos determinar quiénes son los verdaderos afectados, porque cada uno se presenta a sí mismo como la Víctima prototípica.
Y ahí es donde el trauma opera y genera sus propias miserias. Porque en ese rol que queremos ocupar, todos, nos hemos olvidado de cuestiones primordiales, como la lucha contra la pobreza de una amplia mayoría de la sociedad, que también son víctimas y, tal vez, más víctimas que los que se presentan como tal. Así, hemos desbarrancado en afirmaciones aberrantes. Por ejemplo, la que emitían en sus cuatro por cuatro los señores del campo, al costado de la ruta: “Que dejen de darle de comer a esos negros para conseguir votos”.
A lo que siguió una cadena de nenes, nenas y señores/señoras de clase media que pedían que los prendan fuego o, en un reclamo más sublimado, mayor seguridad y mayores penas o represión para poder seguir viviendo tranquilos. No importaba, no, que otros vivan y sigan viviendo en la intranquilidad del hambre o del desempleo. No. Tampoco, que los fondos de las retenciones fueran destinados a la reconstrucción de un país devastado social y culturalmente y en infraestructura pública desde los ’90. No. Importaba que a ellos, que sí se habían integrado a la sociedad, porque pudieron comer desde chicos, gracias a un trabajo que todavía era alcanzable y posible, los dejaran tranquilos. Y eso eligieron. Y así estamos.

III. Ahí parece hacer síntoma el trauma. En la búsqueda de tranquilidad de la intranquilidad. Hace pocos días estuve leyendo sobre los cambios acontecidos en el mundo, en Latinoamérica y en Argentina, desde el advenimiento del neoliberalismo en los ’70, ’80 y ’90, cronología que depende de la región y del país. Hay dos textos que, en principio, me impactaron más, en función de lo que movilizan respecto de lo que nos ocurre. Uno, de Ulrich Beck, La sociedad de riesgo mundial; el otro, un pequeño artículo del politólogo Atilio Borón (UBA-CLACSO) titulado “Después del saqueo: el capitalismo Latinoamericano a comienzos del nuevo milenio”.
El libro de Beck asegura que cada vez más avanza la conformación de una sociedad mundial caracterizada por una especie de percepción elaborada en torno de una comunidad de imágenes mediáticas de crisis, alteraciones ecológicas y caos político que parecen estar ahí, a punto de desestabilizar el mundo. Appadurai pensaba en paisajes mediáticos que conformaban la imaginación de los individuos, hasta uniformar una tensión global de componentes nacionales particulares con ciertos parámetros homogéneos hegemónicos. Sospecho que la forma del riesgo que tienden a configurar los medios se ha enraizado con el trauma de un mundo mutante e intranquilo, sujeto a permanentes cambios, cada vez más acelerados y dramáticos. Y que ese trauma se reelabora dentro de las experiencias históricas concretas que los países latinoamericanos han atravesado, por lo menos, en los últimos treinta años.
En nuestro caso, la experiencia del neoliberalismo de los ’90 ha codificado un trauma en la imaginación que retorna en los medios mediante una reelaboración interesada por diferentes grupos que se juegan el reparto del poder y de proyectos políticos distintos. El trauma se edifica sobre un doble fracaso; uno postulado desde el discurso neoliberal ante la imposibilidad y la ineficiencia del Estado de bienestar para contener a la población, y el otro desde los defensores acérrimos del Estado que sostienen y demuestran con la historia la inoperancia de una política basada puramente en las determinaciones del mercado. Esa dicotomía opositiva Estado / Mercado es, en realidad, la puesta en escena del núcleo constitutivo del trauma.
El neoliberalismo de los ’90 demostró, luego de haber instalado la idea de que el Estado era ineficiente, que el mercado era peor aún. Borón es determinante: “la propaganda neoliberal ha cosechado un gran éxito en sus esfuerzos adoctrinadores al hacer que la esfera pública, muy especialmente el estado, sea percibida como un ámbito en donde prevalecen la corrupción, la venalidad, la irresponsabilidad y la demagogia” (p 425). De lo que se deduce que, en su perspectiva, al final de la década de los ’90: “la bancarrota del neoliberalismo se hizo evidente al punto tal que hasta sus más acérrimos partidarios tuvieron que reconocer que ‘la magia de los mercados’ no tenía la menor posibilidad de encontrar una salida positiva a las crisis analizadas en las cumbres, y que para resolver estos problemas lo mejor que podía hacerse era recurrir a los estados” (409).
Es decir, si el neoliberalismo instaló en la imaginación la inutilidad del Estado mediante una táctica de discurso demonizador que condujo a la aceptación pasiva de la descentralización y de la privatización del mismo durante el gobierno menemista, en el final de la década, con los ajustes sistemáticos y el corralito de por medio que condujo al 20 de diciembre de 2001, demostraron que el mercado era más ineficiente que aquél. Entonces, las dos alternativas de gobierno que la dirigencia política presentaba quedaron diezmadas en la imaginación, una por el discurso neoliberal y la otra por el fracaso de la utopía económica nunca cumplida de ese mismo discurso. Se configuró, así, un desencanto social que decantó como trauma.
Y a medida que esa frustración se consumaba, hicieron aparición los medios con una verdadera “norteamericanización” de la política. Según Borón, ésta se caracterizó por la obsesión de los partidos políticos de ocupar el centro del espectro ideológico desde el primado de la videopolítica con insulsos discursos y rebuscados estilos publicitarios. Se condenó, así, a la democracia a una mera forma vacía de contenidos que redundó en imágenes y en eslóganes para acaparar votantes como si fueran la audiencia huidiza del rating de un show televisivo. Cada vez más, los grupos de intereses políticos hicieron de la pantalla un ring a través del cual buscaron ganar votantes. Y el poder de los medios hegemónicos acompañó a unos actores en detrimento de otros de acuerdo a sus intereses económicos y financieros.
Es por eso que, frente a la intranquilidad de la sociedad de riesgo mundial y al melodrama mediático de la política norteamericanizada, lo que se busca es la tranquilidad; a pesar de que todo parece indicar que ésta ya no existe más en el seno de nuestras sociedades fracturadas.

IV. Con todo, el doble desencanto del trauma, hizo que hoy, en nuestro presente, todos se construyeran mediática y políticamente como víctimas. En realidad, podría decirse, que fueron cuatro las víctimas que hegemonizaron el discurso mediático: la oposición, el oficialismo, la gente y los mismos medios. Cada uno luchó desde el discurso por ocupar ese lugar.
La mayoría de la oposición apareció, así, como la Víctima en acto, dado sus claros intereses de retornar a una economía y política de mercado, que aparecen en las declaraciones de Macri, de Carrió y del Pj Disidente. En acto, porque el regreso a una política con un Estado fuerte desde el kirchnerismo va desapareciendo, poco a poco, y a medida que las condiciones lo permiten, el primado del mercado neoliberal, lo cual los torna los afectados directos. Y a pesar de que se insista en el pago de una deuda fraudulenta, el contenido social de las políticas k, tanto de infraestructura pública como de ayuda a sectores marginados mediante jubilaciones y planes de trabajo en cooperativas, la superación relativamente airosa de la crisis financiera mundial, sumado a los mecanismos de control sobre el plantel mediático que pretende una libertad de prensa homóloga a la del comercio neoliberal (traducida para estos grupos en libertad de concentración de los medios y de la opinión) son apenas algunos motivos que ponen en evidencia una torsión a la hegemonía neoliberal por parte del kirchenerismo. Por eso, esa oposición y los medios aparecen y se muestran como víctimas en acto, cada vez más desplazadas frente al retorno a escena del Estado al que se encargaron de demonizar. Pero que, paradójicamente, en los últimos tiempos, y posterior a la asunción de lugares en el senado, la oposición se vuelve víctima en potencia, latente, que va ocupando un lugar más próximo al victimario, a aquél que quiere y, de hecho intenta, asesinar cualquier intento de gobernabilidad kirchnerista.
Pero también, el mismo oficialismo devino, y cada vez con mayor intensidad, una víctima en acto, que sale de su lugar de víctima en potencia plenamente discursiva, frente a esos grupos mediáticos y políticos que no le impiden actuar o que le ponen “palos en la rueda” o trabas judiciales y parlamentarias o que consiguen el respaldo de la gente en apoyo a sectores enriquecidos que diezman sus propias posibilidades de ascenso social y de mejora de las condiciones públicas. Aún cuando esa gente reclame obras y trabajo y escuela, parece no comprender o no quiere comprender que para eso, es necesario el dinero que le dificulta al oficialismo conseguir. Y ese lugar, es cierto, es generado también desde la propia inoperancia del oficialismo no sólo para negociar, sino para comunicar los discursos. Pero no explica, en modo alguno, la adhesión de los votantes a eslóganes de mercado o de personajes publicitarios simpáticos que pretenden gobernar el país mediante frases de choque como Alica, alicate.
Ocurre que también esos votantes, la gente o el pueblo o las masas que hegemonizan las encuestas y los sondeos televisivos o radiales, se construyen como víctimas de la experiencia histórica. Víctimas del fracaso del mercado y creyentes fervorosos de la inoperancia del Estado al cual ven y verán por mucho tiempo como un fracaso también. Es más, las imágenes de saqueo y de precariedad que generaron las privatizaciones y descentralizaciones durante los ’90, les impide comprender o, incluso, ver y aceptar como verdaderas conquistas algunas acciones del Gobierno, como las re-estatizaciones de ciertas empresas. Al contrario, se pronuncian en contra de cualquier avance del Estado y del Gobierno y favorecen en las urnas a una oposición que no quiere saber nada de la presencia del Estado y que vota en el Senado en contra de esas re-estatizaciones. El trauma de los ’90, con su doble fracaso, los lleva, ineluctablemente al desencanto y a la oposición de quienes ocupen el lugar del poder, porque en la experiencia histórica argentina reciente, ese lugar casi siempre fue el de los victimarios.
Sin embargo, la imagen de la víctima es una de las caras de la falsa consciencia. Una imagen que sirve para tranquilizar y quitarse la responsabilidad del presente de encima, delegándola en otros a quienes se acusa de victimarios. Cuando estalló la crisis con el campo, sostuve que el apoyo otorgado al sector redundaría en inestabilidad política y debilitamiento del gobierno, en pos de la conformación de un contrapoder conservador. No pude comprender, entonces, con toda precisión, lo que eso implicaba. Hoy, cuando esas deducciones lógicas se van cumpliendo, entiendo que tal cuestión lleva aparejada, además, un deterioro del país.
Desde la posición de Víctima que cada uno construye, será fácil delegar la culpa en el otro y la gente, el pobre pueblo, desconocerá que en ese deterioro fue una pieza central, que se auto-boicoteó y que, como en el apoyo mayoritario que otorgó a Malvinas, o al proceso militar o al gobierno de Menem votándolo dos veces, ahora tampoco tuvo la razón. Porque la razón no requiere de víctimas ni de victimarios, sino de la asunción de lo que a cada uno le compete en el accionar sobre la realidad. La posición de Víctima implica, por el contrario, una actitud pasiva receptora ante esa realidad que, en breve, de seguir las condicones así, se desmoronará con el peso de una explosión. Y aunque le pese, otra vez, como muchas veces, esa gente votante está actuando contra sí misma y defendiendo los intereses de unos pocos que persiguen el retorno al imperio neoliberal del champagne con pizza, mirando cómo crece una villa miseria al otro lado de la ventana.