miércoles, 1 de abril de 2009

Mediático I: Sobre la guerra de la información y el cadáver de Alfonsín

Murió Alfonsín y, de repente, pareciera que los medios son promotores de la paz en medio de la peor guerra política que, hasta hace poco días, promovían y escenificaban. Claro que eso es apariencia, la misma a la que nos tiene acostumbrados el mundo del espectáculo, porque las lecturas de lo que aparece en pantalla o en los diarios permiten ver todavía pequeños fragmentos por medio de los cuales esa guerra aún sigue sutilmente en marcha. Una guerra que ni siquiera la muerte del primer presidente democrático, y acaso, una de las figuras más notables de la política argentina del S. XX, puede frenar. El cadáver de Alfonsín, empotrado en un cajón, con la banda presidencial, con el bastón de mando cruzado por el pecho y aferrado por las manos en forma de V y con los pies cubiertos por la bandera argentina, mientras miles de personas suben escaleras, entran al Congreso, pasan frente al féretro, suscita reflexiones sobre la carencia de diálogo y de conscenso para construir el presente. Un diálogo que Alfonsín persiguió de modo permanente, sostienen. Ese rescate de un elemento que, sin lugar a dudas, estuvo en una parte de la política y del gobierno de Alfonsín opaca y esconde las profundas divisiones y golpes de desestabilización a los que estuvo sometida su gestión; las marchas atrás que tuvo que dar por grupos económicos y militares que ponían en jaque la gobernabilidad democrática y que es, precisamente, algo de lo cual no carece el presente. Sin embargo, la guerra de la información, sucia y selectiva como suele ser, en la revalorización del primer elemento sobre el segundo, persigue, con toda contundencia, fijar una imagen negativa del gobierno de los kirchner - lo que no significa, en todos los casos, mentir, sino centrarse sólo en los elementos que promueven una axiología devaluativa. De esta manera, lo que debería ser un duelo nacional se transforma en un uso intencionado en pos de la guerra de la información política. Y esa estrategia entra en consonancia con las que antes de la muerte del Ex presidente promovían los medios. Enumero: el Gobierno era responsable de las interferencias a TN, de que rompiera siempre el protocolo y Cristina llegase tarde a todas las reuniones (incluso la del Grupo de los 20), de que el Dengue hubiera rebrotado en el país, de la ola de inseguridad que padece la pobre clase media en las capitales, de la irresolución del conflicto con el campo, del adelantamiento de las elecciones, etc. Uno había llegado a creer que, en cualquier momento, Néstor Kirchner iba a surgir desde la pantalla montado en una avioneta y que comenzaría desde allí a descargar balas con una ametralladora, mientras fumaba un abano y se embanderaba con los colores de Venezuela. Pero no fue así, porque la muerte de Alfonsín suavizó la guerra despiadada a la cual se nos somete día a día. Es más, la muerte de Alfonsín nos enseña, no sólo que somos necrófilos, sino la forma correcta de ser respetado cuando se está / estuvo en el Gobierno: en un cajón, después de haber padecido una enfermedad terminal. Piglia decía que la política argentina tenía la forma del complot y que promovía la paranoia. Creo que ni la muerte, insisto, de uno de los presidentes más significativos del S. XX, podrá cambiar ese componente cultural que señala Ricardo; al contrario, con medios tan interesados políticamente como los que tenemos, la paranoia y el complot cultural vinieron para fijarse definitivamente. No es tonto que haya quienes sostengan que los argentinos nos autoboicoteamos siempre, en cada instancia política y a pesar de pretender todo lo contrario. Fue lo que le pasó al Gobierno de Alfonsín, a pesar de que ahora, cuando ya no podemos colaborar con él para mejorar el país, lo reivindiquemos. Así son las cosas. Ese componente cultural, ya enquistado, lejos de liberarnos, nos ata a un destino de continua destrucción. Y de tardía reivindicación.

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